-Romina de Tokio y Andrea del Chim-pum Callao-
Ya nos quedó claro que nuestro país nunca estuvo preparado para el arribo del nuevo Covid-19; en realidad, para ninguna otra pandemia, ni tampoco para la situación de emergencia sanitaria que se instauró luego. Sabemos que la inversión en salud nunca fue una prioridad para ninguno de los gobiernos que han transitado, y ello queda demostrado que según datos del Banco Mundial “en promedio entre el 2000 al 2017, se tuvo un gasto de 4.8% del PBI” (Perú: Gasto en salud como % del PBI. 2017)[1], cuando la OMS recomienda un mínimo del 6%. Aunque, Liliana Cabani, ex decana nacional del colegio médico del Perú mencionó que “en el Perú se destina el 2.2% aproximadamente” (La gestión de los recursos en salud. 2019, 19 de abril)[2], lo que al parecer indicaría un descenso en la inversión en salud.
Esta situación de emergencia ha dejado varias lecciones aprendidas, pues la pandemia sin duda ha tenido un impacto diferenciado para las poblaciones LTGBI en el Perú. Las comunidades de maricas, travestis, trabajadoras sexuales, y que además viven con VIH han sido golpeadas en diferentes aspectos, analizaremos dos principalmente. Primero, existe un temor latente de desabastecimiento de medicamentos antirretrovirales (ARVS), lo que pondría en peligro la salud y la vida de muchas personas de la comunidad. Además, ello no implica solo ARVS, sino también pruebas de diagnóstico de VIH, ITS y su tratamiento, así como enrolamiento a TARGA; todo ello se ha visto paralizado actualmente, lo que coloca a estas poblaciones en una situación de vulnerabilidad en la salud. Segundo, la situación de precariedad laboral (informalidad, subempleo, desempleo) es un hecho que aqueja a las personas LTGBI, situación que ahora ha acentuado la vulnerabilidad de por ejemplo trabajadoras sexuales, personas independientes, ambulantes, y también empleadas, pero que seguro estarán pronto enfrentando una situación de suspensión perfecta de labores (Decreto de Urgencia Nº 038-2020), lo que les dejaría sin ningún tipo de ingresos.
Frente a esta situación en que la salud y los medios de vida (ingresos) se han visto afectados, a la fecha son la propia comunidad organizada que ha respondido por los y las más afectados y vulnerables. Se han visto acciones solidarias de las propias personas LTGBI, en la preparación y entrega de canastas de víveres, principalmente a la población de mujeres trans de distintos sectores de Lima y del país. Y era de esperarse, pues se sabe que dentro de la comunidad, el grupo más vulnerables en salud, educación, empleo, son las compañeras travestis.
Sin embargo, ¿qué lecciones aprendidas debemos considerar de esta situación? ¿Qué queremos dejar sentado pasada la cuarentena? Pues, al parecer tenemos dos opciones. Una, dejar Madres Teresas de Calcuta o nuevas Pilar Nores jugando a la Fundación por las Cabras del Perú, que no hacen primero sino inflarse el ego para la cámara, para el post de facebook o la foto de instagram. ¿Qué quedará de ello? Un rastro de fotografías que han sobre expuesto de manera condicionada la situación de las travestis necesitadas, incluso hasta en reportaje en televisión, pero que en el fondo fue solo eso, exposición, pues nadie al final puso el tema importante sobre la mesa, incluso algunas teniendo la posición coyuntural de hacerlo. Entonces, ¿qué queremos como movimiento, o ya, como agentes integrantes de un grupo humano denominado LTGBI? ¿Vamos a seguir esperanzadas en la capacidad de algunas (existen numerosas candidatas a ello) para organizar las rifas, las colectas para las siempre necesitadas, pues siempre las habrán? ¿Vamos a seguir apelando a la caridad, que en el fondo genera tutelaje y permanente dependencia? Ya hemos tenido buenos ejemplos del uso político de ello, los tapers naranjas es uno de ellos, así que debemos más bien estar alertas a las acciones de caridad desmedida, siempre traen un interés de por medio. Además, ¿queremos que las cabras, nosotras, seamos siempre sujetos a tutelar?
La otra opción, es empezar a recoger el verdadero aprendizaje de esta pandemia y la situación de emergencia que estamos viviendo; es decir, poner las verdaderas demandas políticas necesarias e históricamente postergadas de las maricas, travestis, locas, machonas, chitos. Las que no se atrevieron pudiendo haberlo hecho, seguro llevadas por su cálculo político, serán recordadas como las tibias, las que dicen estar en el poder, pero que en realidad no tienen el valor -y poder- de presionar en sus propias canchas por un poco de respuesta frente a esas necesidades expuestas.
Sin duda, no queremos seguir mendigando, no queremos seguir dependiendo de las dizque bonitas que hacen las colectas, de las que tienen los contactos (capital social y simbólico se llama) para resolver los problemas que enfrentamos en nuestra salud, trabajo, etc. Queremos políticas, y lo venimos diciendo desde los 90’s, cuando estas millennials ni existían y ni se han tomado la molestia de aprender. El verdadero aprendizaje es que podamos contar con políticas y/o programas de protección frente a las diferentes vulnerabilidades. No queremos seguir siendo la población objetivo de algunas organizaciones que dicen nos representan. Alguna dice que ha logrado la protección del derecho al trabajo, pues bien, ¿dónde están los cupos laborales entonces?
Por eso, luego que el proceso de cuarentena se vaya levantando y nos vayamos acostumbrando a las nuevas formas de relacionarnos, nos tocará también innovar en nuestros procesos de incidencia y las formas de hacer activismo. Es decir, después de esto nos tocará hacer mucha presión para que las leyes y ordenanzas que tenemos se traduzcan realmente a programas y presupuestos efectivos, para que no se repitan las acciones y posturas asistencialistas y sobre expuestas que hemos visto en este tiempo. Que estas políticas y las nuevas que propongamos tengan un plan de contingencia en casos de crisis, para que no seamos nuevamente las excluidas, las invisibles, ¡al menos queremos existir dentro de la suspensión perfecta laboral csm!. Que la intervención de fondos internacionales sea verdaderamente para beneficio de nuestras poblaciones, para que los mecanismos de coordinación comunitaria respondan favorablemente a las necesidades de la comunidad, más allá de las solicitudes de las agencias, y que los servicios de salud en VIH tengan protocolos de intervención para asegurar su continuidad en medio de crisis que demandan inamovilidad.
Es necesario ver qué retos se nos presentan a las organizaciones y activistas que trabajamos en el tema, también cómo hacemos que todas las medidas que proponemos sean sostenibles y el tiempo no nos arrebate todo lo avanzado. Creo que nos presenta un futuro bastante interesante en el activismo de derechos humanos, que tiene que ser totalitario. Pues, ¿de qué nos sirve que una ONG certifique a empresas de LGBTIfriendly, si estas no respetan los derechos de sus trabajadores?, o ¿de qué sirve que apoyemos a algunas autoridades que quieren ganarse la etiqueta de igualitarias si en otros temas nos dejan en el aire o no tienen intención de aterrizar las políticas? Aún nos quedan muchas preguntas sobre el futuro, pero creemos que es buen momento para seguir repensando las estrategias.
Cerramos mencionando que se requiere de mucha instrucción política entre los agentes LTGBI, saber elegir y saber evaluar las funciones de nuestras potenciales autoridades cabras, ¿las vamos a elegir para organizar rifas o colectas? Rompamos con esa relación que parte desde la caridad y la precarización de nuestros derechos, y empecemos a exigir lo que nos corresponde, que no es ningún favor ni saludo político, sino una demanda vital para nuestras existencias.
[1] Perú: Gasto en salud como % del PBI. (2017). The Global Economy. Recuperado de: https://bit.ly/3demx6j
[2] La gestión de los recursos en salud. (2019, 19 de abril). El Peruano. Recuperado de: https://bit.ly/2YCi1ua
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