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Los hombres que he [m]amado. Notas auto-etnográficas (Parte 1)

noviembre 25, 2019TwoPrincess


- Romina de Tokio -

Últimamente se habla de masculinidades tóxicas, de ese ejercicio nocivo de valores y contenidos masculinos centrados en el significado de la virilidad, el ejercicio de la hegemonía, violencia, todo ello empecinado en negar todo rasgo femenino y dejar sentado ello a toda costa. Ahora, dicha masculinidad tóxica también extiende sus ramas a los hombres gay, maricas, hombres con prácticas sexuales diversas, etc. Incluso en las mujeres biológicas que construyen su identidad y sexualidad en masculino y sus variantes.
Los hombres y sus prácticas que envuelven sus masculinidades son más diversas hacia el interior que hacia el exterior. Si bien podría decirse desde la teoría de género que la masculinidad demuestra más permanencias que transformaciones a lo largo de la historia, al parecer sí habría cambios operados por los propios hombres pero hacia otros hombres a través del ejercicio de su sexualidad. Es decir, su performatividad e identidad de género podría haberse mantenido con pocas variaciones, pero en lo que concierne a las prácticas sexuales, éstas se muestran diversas, hasta transgresoras, pero claro, sólo en lo que concierne al ámbito privado, ese espacio difícil de acceder, pero que con un poco de astucia se logra finalmente. Este extracto es un preliminar de lo que constituye una compilación de experiencias, vivencias con esos otros masculinos en sus diversidades, en sus espacios íntimos, algunas auto-etnográficas, otras no tanto, pero todas si con la consigna de reflejar esos cambios operados en los cuerpos y su ejercicio en el campo del placer.
Por ejemplo, Luis es un hombre gay de 32 años, se considera activo 100%. Dejó muy enmarcado que antes tuvo novia, que estuvo incluso por casarse, pero que al final se dio cuenta que le gustaban los chicos, y que consideró que no era justo mantener una doble vida o estar engañando a alguien. Menciona que nunca ha sido penetrado, pero que en el marco de una relación dejó entrever que podía ser negociado, pero que para ello se requeriría de mucha confianza y tiempo. Luis cree que es dotado, es decir, que la tiene grande y que tiene una performance sexual muy óptima, por lo que ha supuesto que se merece un “trato de rey”, así tal cual. Esto es, que le inviten a salir a comer, a bailar, que lo engrían, que lo hagan sentir bien. De cierta forma ha entendido para sí, que tener un pene grande y cumplidor lo hace acreedor de cierto estatus, pues él nunca paga las cuentas, y siempre espera que la otra persona lo haga. Al parecer, por ese motivo, a Luis le agrada salir con hombres mayores que él, le gusta frecuentar una disco donde es acudida por hombres maduros, quizás porque siente que en dicho espacio tiene mayor cancha para negociar y de cierta forma negociar a su favor.  No es vividor, niega rotundamente que lo sea, pero como dice “así soy y quien quiera estar conmigo debe aceptarme tal cual”.
Cuando una pareja con la cual salía le dijo que era momento de negociar los roles sexuales y que le gustaría penetrarlo, le causó una crisis, a lo que Luis le preguntó ¿Acaso no te satisfago? La pareja dijo que no del todo. Luis no lo podía entender, mencionando con toda seguridad y convicción que antes había salido con ‘modernos’ pero que estos habiendo estado con él estos habían quedado tan satisfechos que no exigían lo que le estaban proponiendo. Luego de un intento de negociación, la pareja le mencionó si al menos intentaba ayudarlo sea estimulándolo o sea masturbándolo, aquél siguió en crisis mayor. Al parecer, no podía entender que su pareja necesitara masturbarse durante el sexo con él o sin él. Para Luis el hecho de ser penetrado por su miembro debería ser suficiente para que su pareja esté satisfecha. Ello no demostraba sino un completo desconocimiento del cuerpo y las posibilidades de placer. Por tanto, Luis entendió que era el fin, pues un hecho así, el de no poder capaz de satisfacer a su pareja, era insalvable. Es decir, el mandato sexual y tóxico de su masculinidad lo había aniquilado por completo.
El hecho que los hombres sobre entienden que ‘se merecen’ regalías por el simple hecho de ser ‘activos’ lo he observado en numerosas ocasiones, desde espacios como los chicheríos en el norte hasta en zonas urbanas, en lugares lejanos como India, Egipto. Claro, debe tener una relación con los sentidos tradicionales de construcción identitaria, mayormente generados en lugares aún tradicionales, pues no recuerdo haberlo visto en lugares de mayor horizontalidad como Holanda por ejemplo, aunque sí en espacios de socialización con hombres migrantes latinos, lo que demuestra que lo tradicional no es una categoría solamente espacial geográficamente. Y sobre el hecho del cuestionamiento a partir de ser o no participativo, éste es otro hecho que he podido observar en otras ocasiones. Rodrigo, un hombre de 45 años, siempre tuvo enamorada, aunque también secretamente le gustaba los chicos, por lo que frecuentaba al sauna gay, para como decía él ‘pasarla bien un rato’. Nunca se enganchó con algún muchacho, hasta el 2005 que conoció a una persona en el sauna y dentro de las tantas salidas se enredó emocionalmente a la idea de una relación, al parecer, sólo él. Para esa fecha la enamorada que tenía decidió migrar y lo dejó, por lo que los encuentros en un hotel del centro con el muchacho se intensificaron. Le propuso formalizar la relación, Rodrigo estuvo dispuesto a presentarlo oficialmente a su familia, lo que le causaba cierta angustia pero a la vez cierto orgullo por el sentido de desprendimiento, ¿de qué? Pues como mencionó: “estuve dispuesto a tener que decirle a mi familia, por él, estaba dispuesto a presentarlo a mi madre y mis hermanos, con lo que ello implicaba”. Percibí en ese discurso una sentido de sacrificio que estuvo dispuesto a hacer por dicho muchacho de quien se había enamorado, pero lamentablemente no era correspondido. Intuyo que dicho sentido correspondía al hecho de renunciar a su masculinidad, principalmente frente a su familia. Rodrigo y el muchacho dejaron de verse, y aquél decidió casarse casi de manera inmediata con una colega del trabajo, y actualmente tiene ya dos hijos. Ahora, Rodrigo se define también como activo, aunque menciona que dos veces le chupo el pene al muchacho de quien se enamoró, pero que cuando éste le pidió más, éste se negó hacerlo nuevamente. Me dice que en el fondo no le gusta, no lo disfruta, pero que esa vez accedió porque simplemente se dio, pero que no lo haría de forma constante. Llegué a preguntar si hacía anilingus, y me dijo que tampoco, que no le agradaba. Entonces, le sumé la pregunta sobre qué le gustaba hacer, a lo que me respondió que le gusta besar las tetillas, y sobretodo que se la chupen a él. Fue cuando le pregunté ¿Qué diferencia había entre besar/chupar las tetillas de su chico a besarle/chuparle el pene?
Pues me respondió entre frases entrecortadas, titubeos, y silencios. “Es diferente, no me gusta”, fue lo que tenía algo de sentido en su discurso. El silencio fue lo que más captó mi atención, pues era como la evidencia de que existía algo que –al menos él- no podía pronunciar, es decir, hacer evidente, existente. Reflexioné en ese momento acerca de los significados que se construyen alrededor de los cuerpos y los propios órganos o partes de éste. Fue cuando recordé el discurso y la imagen de tantos hombres que se resisten a tocar otro pene –flácido o erecto- y que se convierte en un tabú insalvable. Me convencí entonces que las diferentes partes del cuerpo poseen significaciones, y también permisiones para uno u otro sujeto que interactúa con éste. Para una persona socializada como masculino existe el mandato de nunca tocar, chupar o excitarse con el miembro de otro hombre, jamás, y esto se materializa en la proyección de todo ese significado y prohibición hacia el pene de todo hombre, convirtiéndose en algo que no se toca. La verga contradictoriamente concentra toda esa significación de lo que no es ser y no ser masculino a la vez. Por tanto, entendí a Rodrigo cuando no podía explicar de manera clara el motivo de su negación, esa significación corporeizada operaba en su estructura racional y emocional, le señalaba un límite, aún cuando éste había sido infringido en dos oportunidades, pero que al parecer no le significó mayor asunto. 

[Continuará...]



Fuente: Fotografía de Inon Sani.

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