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El Sida y yo

diciembre 04, 2019TwoPrincess



- Camarada Aránzazu - 

Yo descubrí en Chiclayo la homosexualidad y el VIH, el mismo día de octubre de 1985 en un titular del diario El Popular: “Rock Hudson era gay. Muere de SIDA”. A mis siete años de chiquiviejo y niño preguntón lacrita pregunté: ¿Qué es gay, mami, qué es gay? No me contestó hasta veinte años después, cuando creía que en cualquier momento la loca nocturna en que había mutado su hijo llegaría con los resultados definitivos en la mano y el rostro de Magdalena contrita. Las huiflas.

El sexo adolescente fue una fiesta bareback donde el condón era un artículo de bromas de despedidas de soltero, marca Sultán. El cachadero más grande que conocí era un parque de mi urbanización, a donde daban todas las puertas falsas de dos calles y los molles crecidísimos, habían formado una gruesa alfombra de hojas secas, crujientes, olorosas. Íbamos allí de excursión con mis amiguitos; encontrábamos aretes, calzones, toallas higiénicas, papeles que limpiaron sangre, caca, sudores, ardores. Los condones rebosaban de leche. Cabe precisar que eran excursiones para buscar semillas con las cuales hacíamos collares y pulseras, pero regresamos un día con una pulsera de oro y otro, con una billetera llena de tarjetitas con chistes colorados. Wonder years.

La fiesta terminó en 1996 cuando ingresé a la universidad en Lima y tuve que firmar mi consentimiento para una prueba de Elisa, el seguro de vida lo requería y no había escapatoria. Fue la primera vez que la enfermedad dejaba de tener la cara de Tom Hanks en Philadelphia o de Ciryl Collard en Les Nuits Fauves, ni siquiera la de mi antiguo amigo Rock Hudson, cuando presentó las ruinas de su belleza en un programa de TV de su íntima Doris Day. El SIDA tenía mi rostro en el espejo en las larguísimas horas de espera de mis resultados.

El condón se me hizo un artículo de primera necesidad y la vida transcurría pensando que era muy triste ver reportajes en diarios, revistas y la televisión sobre como morían los homosexuales (aún se decía peste rosa) aún eran maricones sidosos. Como Juan, el peinador de mi abuela, tan querido y llorado en los barrios de El Callao por donde paseaba sonrosada, regordeta y más rubia que Gisela Valcárcel. Dijeron que en el cajón era un maniquí, con la cara perfiladísima y que nadie quería cargar el ataúd, ni los "camulengues" que quisieron contratar sus amigas, para un último lujo colonial de esta colonial sociedad. Negros de etiqueta para cargar tu féretro. Elegantísimo, dicen. El buen Rock Hudson, cuando agonizaba en Paris, a donde corrió a buscar un último recurso de vida, no podía hallar una persona en su suite médica de lujo que le rascara la espalda.
Los homosexuales seropositivos, es decir, las pobres, las más pobres, travestis peluqueras, dejaron de ser los otros. El SIDA, un tema de mis pasiones cinéfilas y el 1 de diciembre, una fecha de campaña huevonas, cuando conocí a Zeta. Teníamos más glitter en el cuerpo, cara y ropa que la punta del árbol de esa Navidad de 1999, y queríamos más.
Salimos de la disco a respirar. Nos acabamos de conocer y congeniamos. Pinkys antes que existiera la palabra Pinky. Borrachas y casi pasadas de coca, sentadas al borde de una vereda, afuera de la discoteca, lloraba y pensé: “A este mariconcito le asentó fatal el tirito, y eso que era más aspirina Bayer molida…”
-  "Tengo SIDA me dijo, lo tengo, lo tengo".

Mi otra reciente amiga, más chibola que nosotras, se llevó la mano a la boca y también lloró. Yo, ya entrada en cinismos, pensaba a qué hora se acababa ese capítulo de “Mujer, casos de la vida real”, pero me juré a mí mismo que Zeta sería mi mejor amigo desde ese instante y La bebe, también.
Años después las enterré a las dos y esa noche en la disco no fue “Mujer, casos de la vida real”, si no mi muy íntima versión de mariconcito iluso de una película de Almodóvar. La manía mía de escapar de mis miedos a través del cine.

La posta del pueblo joven José Olaya era para mí un lugar de gente pobre e impensable de pisar. ¿Para qué? Y fue muchas veces el último lugar que vieron travestis y maricas chiclayanas, antes de las órdenes definitivas del destino. El diagnóstico. Rodeada de caminos de tierra, siempre polvoriento, terminó siendo un lugar entrañable, donde conociendo gente, haciendo amistades o enemistades, forjamos la segunda ola activista en la región; casi jugando, entre bar, discoteca, charla médica y reparto de condones. La lucha contra el VIH impulsó la lucha TLGBI aunque usted no lo crea, señora mamá. Moría la misia, moría la regia. La enfermedad era el bicho, el bu, el piojo, el akaibú, loqueteconté, la tinka. Las personas seropositivas eran las muertas, delicaditas, bichaditas, premiadas, zombies, tinkeadas, picadas, embarcadas en el Titanic. Inmunodeprimidas y sidóticas. Todas vamos a morir de lo mismo, carajo ¡Salud!

Hace poco estuve hablando en una universidad sobre el VIH/Sida y su impacto en la comunidad TLGBI. Recordé a Ernesto Pimentel, cuando, en lo mejor de su estrellato televisivo, con su personaje de ‘La chola Chabuca’ se había instalado como drag en horario familiar (con una concha única) tuvo que afrontar dos momentos brutales: su ex pareja afrontaba su diagnóstico en la pobreza y lo contaba todo. Ernesto tuvo que decir una noche de sábado que era portador del virus del VIH; pero a la vez, (y lo recordaré siempre) tuvo que recalcar: "no hacía apología de la homosexualidad". ¿Apología? Se obligó a inclinar la cabeza ante la hipocresía peruana casi inmortal, que inclusive aceptaba su estado serológico pero no su relación con otro hombre. Cosas tan extrañas que pasan en nuestro país.

Hoy 2019, Ernesto es la cara visible de las miles de víctimas de la pandemia en el Perú. De mis amigos muertos sólo me acuerdo yo, después de tanto fulgor que tuvieron en vida y les extraño mucho. En Chiclayo aquel parque ahora no tiene molles y una estatua de una tal virgen de Fátima o Lourdes se asentó con cara de estreñida. La posta de José Olaya es centro médico y parece que en 2019 por fin tendrá pistas. Y de Rock Hudson ya queda el recuerdo de su final y de su sexualidad más allá de cualquier film.
De mi queda una madurez que se instala  y me empuja a seguir mirando la vida hacia adelante, siempre adelante.


Fuente: Imagen tomada de https://bit.ly/2sL6E5m



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