- Ronny Alvarez -
Luego de haber sido testigo de la muerte de su compañero de armas, a manos de aquella bella dama que se negó rotundamente a ceder por la fuerza y la insistencia irritada, el capitán Luis Fernández corrÃa como alma en pena y solitaria desde la plazuela de la Salud hacia Palacio de Gobierno en búsqueda de los altos mandos del ejército chileno, de ser posible con el propio comandante en jefe del ejército chileno, Manuel Baquedano, para explicar la inquietante, increÃble pero desafortunada tragedia. En su fatigada carrera por las aceras adoquinadas no podÃa deshacerse de aquella última imagen, la del teniente Juan Centeno cayendo al piso, mientras su vida se extinguÃa, no dejando de reprocharse el haber accedido a su insistente solicitud de pedir licencia ese dÃa, y peor aún, el no haberlo desalentado en enviar ese recado a la aparente frágil e inofensiva mujer, quien terminó clavándole el funesto puñal la noche del 26 de enero de 1881.[1]
Lima definitivamente no era la ciudad que solÃa ser, se decÃa “la hermosa ciudad de los Reyes antes risueña [...] Cuyas casas mostraban sus grandes puertas abiertas, la porcelana polÃcroma de sus azulejos centenarios, asà como algunos blasones de la raza castellana que la República no lograra derribar; se convirtió en triste residencia de pesares, pareció inhabitada ante la invasión del invasor”.[2] Era un ambiente lúgubre, parecÃa más un dÃa de otoño a mediados de abril, a pesar de estar Lima en pleno verano, cuya “misteriosa hada del RÃmac habÃa perdido su virtud para con los chilenos”[3], como lo mencionó el oficial Florentino Salinas.
Por ello, el apurado trayecto de Luis Fernández se dejaba escuchar en el silencio más profundo, el eco de los tacones de sus botas cargaba con la ansiedad y la desesperación, y dejaba una estela que provocaba en los citadinos ocultos tras sus puertas y ventanas la sensación que algo terrible habÃa sucedido, o se venÃa por acontecer. Un vecino quien vivÃa en la calle Lezcano[4] en medio de la oscuridad hogareña logró ver por la celosÃa de su ventana la sombra que pensó era de un paco[5] que pasaba al galope, seguro para comunicar a los generales que habÃan encontrado a algunos reservistas dispersos armados y con ganas de revancha.
Ojalá se organicen y con la jefatura de Cáceres se pueda retomar la ciudad... Murmuraba el hombre, mientras regresaba a su cámara con su esposa e hijas, a quienes mantenÃa ocultas por el miedo a la violencia que se escuchaba habÃa vivido el balneario de Chorrillos.
Siguieron dÃas inciertos para el Capitán, los altos mandos decidieron no hacer ninguna investigación sobre la muerte del teniente Centeno ni persecución de aquella misteriosa dama, quien terminó siendo la esposa de un Coronel peruano abatido luego en la batalla de Huamachuco; ello, para no provocar ningún otro escándalo que tuviera repercusiones internacionales, como lo sucedido en Chorrillos, Barranco y Miraflores, en relación con las acciones de vandalismo, violaciones y robos por parte del ejército chileno, y que fueron incluso sancionados en la prensa argentina, donde se describió el espÃritu chileno como bárbaro, envidioso y que respondÃa a acciones propias de filibusteros y no de caballeros.[6] Fernández no podÃa más con su conciencia y pensaba que pretender hacer justicia por su compañero no serÃa una empresa óptima, teniendo en cuenta, además, que a la fecha de su muerte regÃa el decreto que sancionaba los actos de violencia contra los habitantes de la capital.[7]
¡Y más aun tratándose una dama respetada y esposa de un coronel peruano! Exclamó el Capitán rompiendo el silencio de sus pensamientos.
Encontrándose en dicha situación, el capitán Fernández intentó buscar consuelo escribiendo una misiva a un amigo de su infancia y con el cual guardaba una relación amical muy Ãntima, quien residÃa al igual que su propia familia en la ciudad porteña de ValparaÃso. SentÃa que de esa manera podÃa desahogarse de esa imagen de Centeno siendo abatido mientras su cabeza golpeaba la mesa de mármol de aquella habitación primorosamente decorada con muebles estilo Luis XVI y grandes cuadros de marcos dorados.
Lima, 28 de enero de 1891
Mi entrañable i buen amigo, escribo esta misiva pasados unos dÃas que nuestras fuerzas han hecho ingreso a la Ciudad de los Reyes. Todo se desenvolvió como el jeneral Baquedano lo habÃa planeado i propuesto luego del asalto de Arica, en donde entre la desconfianza del gobierno i las fricciones con el ministro Vergara, casi hace sólo imajinable la hazaña de ver nuestra bandera flamear desde el Palacio de los Virreyes.[8] Imajino que estarás al corriente a través de El Mercurio de ValparaÃso i presumo las celebraciones. No hai mayor motivo, como se murmura en una carta enviada por el secretario i plenipotenciario, Pedro Altamirano, a nuestro presidente, diciéndole lo orgulloso que estaba al hacer entrada a Lima, i que la batalla de Chorrillos ha sido “la más hermosa batalla de América”.[9]
Luego de San Juan y Miraflores e instalados en Palacio, pues no hai mejor lugar desde el cual nuestro Jeneral en Jefe y el estado mayor deba comandar las acciones para la administración de estos territorios y asegurar la firma de un tratado definitivo i que beneficie nuestros intereses, se decidió tomar un merecido descanso.
AquÃ, en esta campaña en dirección a Lima hice amistad cercana con el teniente Juan Centeno, que al igual que yo compartÃa el amor y la entrega a la patria; natural de Santiago, i que lamentablemente fue abatido por quien más bien esperaba una correspondencia a su atrevido i desafortunado impulso de amor. Me sentà responsable, i aunque tratamos con respeto a la dama para demostrarle que no éramos ningunos cobardes ni bestias, Centeno ante la negativa frente a su insistencia perdió los papeles i su vida con ello. No se ha asumido acción alguna frente a ello, i se ha informado a su familia que su decseso ha sido producto de una vil acción de algunos dispersos que se encontraban escondidos luego de la batalla de Miraflores, i que al parecer estaban reorganizando la resistencia en Lima, haciendo caso omiso del decreto dado que apelaba al honor de no tomar armas en contra de Chile;[10] i los cuales, se ha enfatizado, han sido apresados y fusilados en el acto. Pero, yo sé la verdad i te la menciono para estar tranquilo con mi conciencia, luego de haber sido testigo del infortunio, i porque como siempre, confÃo en ti más que en nadie. No pude hacer nada, todo sucedió tan rápido, sólo vi a Centeno encima de la dama i luego desfallecer sobre el piso con un hilo de sangre brotando de su chaqueta.
No se me ha adjudicado responsabilidad alguna, pero se me ha pedido que me mantenga alejado de toda acción militar para evitar mayores inconvenientes, aunque se me ha informado que la mujer fue vista camino al puerto del Callao para tomar dirección a la ciudad de Guayaquil.
Por lo pronto, se me ha encomendado hacer una selección de algunos objetos que deberán ser embalados i enviados a Chile, al parecer a ValparaÃso i Santiago. Aún no tengo la relación de dichos artefactos, pero me dicen que son materiales que tendrán buen uso en nuestro paÃs. Cuando tenga conocimiento de ello te haré saber los detalles, pero por ahora no tengo mayor orden que esperar.
Por otro lado, Lima, debido a estas actuales circunstancias luce como una ciudad triste i desierta, aún las familias lloran a sus difuntos i las mujeres rezan frente a imájenes santas alumbradas por cirios y lámparas;[11] los comercios están mayormente cerrados i los que pertenecen a extranjeros lucen sus banderas como indicativo que no son peruanos i asà evitar el pillaje. ¡No sé por qué hacen ello! Si los saqueos en la ciudad han sido causados por sus mismos compatriotas ‘comunistas’,[12] la mayorÃa merodeadores i gente de mal vivir que atacaron los comercios incluyendo los negocios chinos e italianos, aprovechando el caos luego de la derrota final.[13] Además, tenÃamos orden de demostrar caballerosidad i respeto por el vencido i su desgracia, aunque algunos hechos digan lo contrario o tengamos que asumir la responsabilidad de la fiebre de algunos soldados enloquecidos por el alcohol i las victorias en San Juan i Miraflores. La historia se encargará de ello, aunque deberÃan agradecernos por haber puesto orden a este paÃs con una tendencia natural al caos y desorden.[14]
¿Recuerdas las historias que oÃamos acerca de Lima? En estos dÃas aún no he tenido oportunidad para comprobar lo que se decÃa de esta ciudad, y lo que al parecer ha llenado también la cabeza a la soldadesca de fantasÃas i delirios de placer.[15] ¿Serán ciertas todas esas historias que escuchamos tiempo atrás? Parte de ellas despertó la admiración de nuestro ejército al quedar deslumbrados por la belleza de sus jardines del Palacio de la Exposición[16] i sus imponentes templos junto con sus misteriosos balcones moriscos de la época de los virreyes,[17] los cuales mantuvieron sus ventanas cerradas, mientras parte de nuestras fuerzas[18] hacÃa marcha discretamente acompañado sólo del repique del tambor i otras marchas[19] en dirección al cuartel de Santa Catalina.
Aún no he visto nada de ello, nada que me convenza de qué se trata eso de ‘la ciudad del placer y el amor’, i que alguna vez dijimos que descubrirÃamos juntos; aunque por sus hombres, podrÃa decir que la falta de valentÃa y virilidad[20] quedó constancia en la falta de patriotismo al alistarse a último momento para defender lo suyo[21], i más aún por el hecho de colocar diferentes banderas extranjeras para esconder su nacionalidad. ¿Eso puede considerarse amor a la patria? Para mà demuestra la contrario, y veo más bien el reflejo de un paÃs dividido, donde el egoÃsmo, la falta de patriotismo i virilidad de sus autoridades está haciendo pagar un precio muy alto a su pueblo.
Por lo pronto, estas son las novedades, envÃa muchos saludos a mis padres i hermanos si los encuentras, igual menciónales que les escribiré pronto, a tu familia también envÃa saludos. Deseo que esta situación cambie i que pueda retornar a Chile prontamente, i poder en tu presencia contarte las diferentes aventuras vividas. Extraño esas tardes frente al mar, las charlas y conversaciones tranquilas. Que Dios guarde de Usted, entrañable y querido amigo.
Luis Fernández.
En el mes de febrero, aún en la administración de Cornelio Saavedra es que se da inicio a la incautación y envÃo de material no bélico, pero de interés cientÃfico a la capital chilena. Dicha tarea como tenÃa un carácter sensible y controversial por el objetivo trazado, los altos mandos decidieron mantener en secreto la conformación de una Comisión Especial, además sabiendo que levantarÃa atención y denuncia internacional.[22]
Dicha lista de utensilios y materiales empezó a hacerse más extensa, lo que incluyó también los libros de la Biblioteca Nacional. Esta institución ya habÃa sido invadida por el ejército chileno, pues el coronel Pedro Lagos eligió como cuartel de su batallón el palacio de la Biblioteca, quien el 26 de febrero pasó a solicitar al director, Manuel de Odriozola, las llaves de dicha institución.
La tarea iniciada recibe respaldo polÃtico cuando en la segunda quincena de marzo se designa al coronel Lagos para la administración de la ciudad de Lima como General en Jefe.
La Comisión al parecer se extendÃa desde el presidente Pinto hasta los capellanes del ejército, pues fue el capellán Florentino Fontecilla, quien además de haber solicitado el 27 de enero permiso para celebrar honras fúnebres en la catedral por los militares chilenos caÃdos,[23] fue también presuntamente uno de los que se acercaron a la Biblioteca pidiendo permiso para una visita de las instalaciones y colecciones, y en donde inmediatamente desaparecieron algunos ejemplares.[24] Y finalmente se tomó la decisión de incluir en la tarea al capitán Fernández, el cual recibió la orden sin el mayor entusiasmo posible.
- ¿Por qué yo para esta tarea, po? Además, no tengo ninguna especialidad que pueda ayudarme en ello. Yo soy un militar, no un librero.
- Es una orden capitán, y dado los hechos aún recientes, es mejor asuma sin ningún reproche. Y recuerde, tener discreción. Esta tarea es muy especial y por ello se le ha encomendado. Requiere de mucha delicadeza, y los jefes tomando en cuenta el manejo que tuvo referente al acontecimiento con el teniente Centeno, lo creen conveniente para dicha tarea.
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Luis Ribera, natural de Lima y de familia acomodada, tenÃa un buen cargo en la imprenta del estado, y estaba en el inicio de su tercera década. Gozaba de una vida pudiente, gracias a las bondades del ‘boom guanero’ que habÃa beneficiado a su familia. Dada su posición y su peculiar espÃritu, habÃa aprovechado cuánta situación para ilustrarse en diversos temas y materias, lo que le animaba constantemente a pasar por los salones de la Biblioteca Nacional. Amaba la literatura y adoraba los textos clásicos griegos y latinos. SentÃa una pasión por el amor puro, entregado y piadoso que demostraba el dios Apolo hacia jóvenes igual de hermosos como él, y especialmente aquellos vÃctimas del infortunio. A veces se imaginaba a sà mismo, en una situación ruin y que el propio Febo se presentaba para salvarlo de la tristeza o la propia muerte. VivÃa una vida considerada discreta para la época, en una Lima de segunda mitad de siglo XIX.
- No podemos ser mentirosos, ¿no crees mi Paloma querida? ¿Por qué esa necesidad del pobre Francisco Pro en engañar a los incautos caballeros? Yo no engaño a nadie, no me gusta hacerlos desear algo que no poseo, por eso mejor ir a las pulperÃas lejanas.
- Yo no miento, casi todos lo sospechan, pero jamás me han visto con mi señor... Asà me llamen ‘la pecadora’ o lo que fuere, yo no estoy mintiendo.
- ¡Serás descarada! El haber sido un ministro tan omnipotente en el periodo de nuestro presidente Pardo lo limita en esta sociedad, por eso es que juegan a las escondidas.
- Me gusta ello, gracias a él tengo todos estos lujos que yo no podrÃa dármelos. Estamos cerca para poder visitarnos y salir a disfrutar como corresponde a dos bellos jóvenes como nosotros.
- En eso tienes razón, dame permiso para alistarme y salir a almorzar al hotel Maury.[25]
Luis Ribera habÃa hecho amistad con la que se hacÃa llamar como ‘La Paloma’, una joven de finos rasgos, ojos negros grandes, y que por su belleza era muy mimada y adulada por los caballeros.[26] Ella era más joven que él, pero determinada cuando querÃa algo. CompartÃan un gusto por la buena comida, bebida y el disfrute de las “corridas de toros, los paseos a la Portada de Maravillas, a los Amancaes y a Piedra Liza”.[27] VivÃan el dolce far niente, dada las posiciones de Ribera y los favores que obtenÃa La Paloma de su adinerado polÃtico.
El joven señor Ribera gustaba de verse acompañado de su amiga, sobre todo cuando acudÃan por la tarde a la confiterÃa Broggi en la calle Plateros de San AgustÃn a beber una copa de vino o degustar un delicioso chocolatito, o en las tardes de verano acudir a la heladerÃa Capella en Mercaderes para aplacar el calor de Lima,[28] para luego pasar por la Botica Acevedo para unas gomas Tutti Frutti[29] para el camino, mientras iban conversando los últimos chismes de la ciudad.
La vida transcurrÃa tranquila y ambos sentÃan que tenÃan todo el tiempo de mundo para seguir disfrutando de unas deliciosas ostras acompañadas con una copa de chartreusse on the rocks en el Hotel Americano,[30] para sostener ese toque afrancesado que quedó trunco por la crisis.
Luis disfrutaba de un paseo en solitario por la casa Welsch para admirar y probarse los relojes de oro Waltham[31]y una que otra sortija con alguna piedra que le hacÃa creer que tenÃa poderes mágicos. También del ritual de ir a la SastrerÃa Inglesa o a Pigmalión[32] para ver las nuevas camisas y confecciones de temporada, para luego pasar por la peluquerÃa Gaspard,[33] para un lavado y arreglo del cabello, perfume y la elección de una nueva corbata.
- ¿Te gusta mi nueva chistera? Preguntó Luis...
- Está preciosa, has ido a Crevani seguro, respondió la Paloma.
- SÃ, el dÃa de ayer por la tarde. Amo esa sombrererÃa italiana, es donde seguro se puede encontrar un Lincoln Bennett.[34] Me hará lindo juego con el chaqué gris o mi carlos alberto negro.
- ¡Amas todo lo que sea italiano!
- ¡E inglés! Cierto, de esto me encanta la moda, y de aquello me trae reminiscencia a la cultura latina, esas estatuas de mármol que no sienten vergüenza de mostrar lo bello del cuerpo. De esos relatos que me transporta a esos tiempos de disfrute, banquetes, de amor libre de moral.
- Entonces... Ya no vamos al Maury...
- No sé, me apetecÃa una deliciosa sopa teóloga, un pavo relleno, y luego beber unas copas de vino.
- Y a mà se me vino a la mente unos chicharrones y carapulcra.[35]
- Pero, ahora hablando de italianos, se me abrió el apetito por algo diferente, vamos mejor a una de las pulperÃas de Barrios Altos, las de la calle Santa Clara.[36]
- Perfecto, vamos entonces...
- Paloma adorada, hace dos años estábamos haciendo planes similares... ¿Recuerdas? Esa tarde que te mostré mi última compra en Crevani
- Si lo recuerdo, ¿cómo pudimos llegar a esta situación de incertidumbre? ¿Qué pasará con nosotros?
- No lo sé. Vamos donde el italiano.
La Paloma habÃa pasado por la casa de Luis Ribera, para caminar desde ahà en dirección a la pulperÃa del bonachón de Bartolomé Machiavelo, ubicada en la calle Rufas en los Barrios Altos. Los dos vivÃan relativamente cerca, Luis Ribera vivÃa en la calle Jesús Nazareno, muy cerca del Hotel Europa, mientras que La Paloma estaba instalada por gracia de su benefactor en los altos de la calle Padre Jerónimo, cerca de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.
El camino por el centro de Lima era diferente como en tiempos anteriores, las personas lucÃan ya algo preocupadas, pues luego de las pérdidas de Tacna y Arica, se sabÃa que el ejército chileno seguÃa su campaña hacia Lima. Empezaban los alistamientos de jóvenes, comerciantes, profesionales y todo quien pudiera defender la ciudad frente al avance chileno. La ciudad comenzaba a tener un aire extraño, y los dos jóvenes empezaban a sentirse que no pertenecÃan a dicho espacio, que debÃan partir o debÃan hacer algo.
- Ciao Machiavelo, sÃrvenos por favor el minestrone, pasta y antes nos traes dos macerados de pisco. Anunciaba Luis mientras se ponÃan cómodos.
- Empezamos con algo fuerte... Puntúo La Paloma.
- SÃ
- ¿Vas a alistarte?
- No lo sé... Siento que no tengo el valor como para hacerlo, no estoy hecho para la guerra querida Paloma, ¿qué harÃa en un campo de batalla?
- Yo Voy a alistarme como rabona[37] para la resistencia de Lima.
- DesearÃa ir contigo, pero mi sola presencia harÃa que me entreguen un fusible y mandarme a primera fila. ¿Cómo cambió todo? Yo deseaba seguir la vida que tenÃamos. Hace un año lo que deseaba es el último modelo de Thomas Burberry, lanzado además en 1879, ¡qué ironÃa mi Paloma querida! Con una guerra encima ya declarada y yo pensando en el catálogo de la SastrerÃa Inglesa y extrañando ir al teatro contigo para lucirla frente a los demás.
- Aquellos dÃas, ¿recuerdas?
- Claro, recuerdo esa última función del 28 de julio de 1879, fuimos a ver la presentación de “Todo por la Patria” en el teatro Principal, aún con esperanzas encima, entusiasmados. Toda Lima aún creÃa en la victoria, pero luego vinieron las derrotas, unas tras otras que no quedó más ganas de salir. [38]
- Nadie pensó que esto iba a desarrollarse asà y que estarÃamos ahora pensando en lo que pasará con nuestras vidas. Pero imagino que te hubieras visto genial en esa gabardina...
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El capitán Fernández a su ingreso a la Biblioteca Nacional, comandando a un grupo de soldados, quedó maravillado por uno de sus salones principales, la belleza de los anaqueles de dos pisos, con dos barandas dispuestas una frente a la otra, y trabajado todo en madera de cedro, y el portal sostenido por columnas clásicas y de enchape de madera, le hizo saber que se encontraba en el corazón del principal centro cultural de la región; aunque la orden no lo complacÃa en lo absoluto.
Si bien era un hombre instruido, no tomaba con mucho entusiasmo por la poesÃa, la narrativa, el teatro por considerarlas abstractas y muy poco viriles, y más relacionadas con el espÃritu volátil femenino. Por ello, se concentró primero en hacer un inventario de los textos de ciencias, aunque por insistencia de los capellanes del ejército también debÃa consignar principalmente algunas ediciones valiosas de la biblia, clásicos griegos y latinos, incunables europeos, manuscritos notables como procesos de la Inquisición y memorias de los virreyes.[39]
- ¡Qué voy a saber de esto po! Maldita mi suerte
- Mi capitán veamos en los salones. Se ofreció un soldado que más bien estaba pendiente en ver qué podÃa llevarse para luego venderlo a escondidas.[40]
- Vamos, pasemos al otro salón, son sólo tres, asà que empecemos por los altos.
HacÃa más de un mes que habÃa llegado a los oÃdos de Luis Ribera que su entrañable Paloma habÃa caÃdo muerta en Miraflores, por una bala en el pecho y destrozada por la explosión de un saquete de pólvora muy cerca de ella. Se sentÃa desconsolado por la pérdida y algo de culpa, pues él no llegó a unirse como reservista, sino más bien se quedó en su casa, siendo testigo en la sombra del paso del ejército enemigo cerca de su residencia alrededor de las tres de la tarde. No se atrevió a salir, como casi todos los vecinos de Lima.
Familiares, amigos cercanos, colegas tipógrafos de la imprenta estatal que se habÃan incorporado en el Batallón N°2 junto con los comerciantes en el Reducto N°1, estaban ahora muertos. Con sus sentimientos encontrados, sintió que debÃa hacer algo, era ahora o nunca.
Aprovechando su cargo decide tomar acción. SabÃa que el director de la Biblioteca, Manuel de Odriozola, luego de enviar una carta al embajador norteamericano, Mr. Christiancy, se vio forzado a refugiarse en la casa de éste debido al constante hostigamiento recibido por los jefes chilenos[41] por la denuncia hecha por la exigencia de entregar las llaves de la institución.[42] SabÃa también que parte de los libros y bellas colecciones estaban siendo llevados en carretas hacia el puerto, lo que producÃa una tristeza y dolor enorme. Y sentÃa que al menos podÃa intentar rescatar algunos, encontrando un sentido en medio de tanta desgracia y ambiente tan lúgubre que se vivÃa.
En un impulso inédito, Ribera logró ingresar sigilosamente al edificio. Agasapado pudo observar al capital Fernández de espaldas y un grupo de soldados colocando los libros en cajones de madera. El peruano no sabÃa qué hacer ni por dónde empezar su tarea de rescate. Todo a su alrededor le parecÃa valioso, y más bien mientras observaba la escena no podÃa evitar sentir una sensación de venganza, por La Paloma, por su familia, amigos y hasta por su vida que la sintió perdida y consumida por el dolor y el miedo. Como toda la mueblerÃa estaba en desorden, Ribera tropezó con una silla, haciendo un ruido, por lo que el Capitán entra en alerta.
- ¿Quien está ahÃ? Capellán Fontecilla... ¿Es Usted? Preguntaba a viva voz Fernández, mientras el salón se llenaba de silencio, aumentando la inquietud del Capitán.
- Responda, es una orden, o disparo.
Ribera estaba temeroso, sentÃa que iba a morir ahà mismo, en medio de toda esa ruma de libros, enciclopedias y mueblerÃa; pero ya no importaba, asà que decidió dar la cara.
- Ribera... Soy Luis Ribera.
- ¿Quién eres tú? ¿Cómo has logrado entrar aquÃ?
- Soy un lector de esta biblioteca y funcionario de la imprenta estatal, y tengo el deber de rescatar estos libros valiosos.
- Estos libros son ahora propiedad de Chile.
- ¿Por qué? ¿Quién lo dice?
- Ustedes han perdido la guerra, asà que tenemos por derecho a este botÃn.
- Claro, como los que tomaron en Chorrillos. Las obras de arte, las estatuas, los candelabros, incluido los trajes de paño,[43] y que ahora son los aparatos cientÃficos, los muebles, las imprentas y los libros de esta preciosa biblioteca. Respondió Ribera con un orgullo que lo puso nervioso por dentro, y que pensó serÃan sus últimas palabras en aquel salón.
- Exacto, todo ello era por derecho, nuestro.
El capitán Fernández notó el temor en Ribera y no pudo sentir una sensación extraña. Pensó: “pues al parecer es cierto el exceso de sentimentalismo en estos hombres... Sólo expresa debilidad para llevar las riendas de un paÃs”.[44]
- ¿Por qué se pone asà señor? ¡No sea tan ligero, compóngase!
- No puedo evitar pensar en todas las pérdidas que he tenido con esa absurda guerra provocada por la avaricia de su paÃs. He perdido a quien era la persona más importante, y no sé qué haré para sobrellevarlo.
- ¿Un hermano, un padre?
- No, una amiga, una hermana, quien era rabona del ejército de reserva en Miraflores, y fue abatida en el campo de batalla.
- Veo que las mujeres son las que llevan el ejemplo y demuestran el patriotismo con mayor determinación.[45]Mientras decÃa ello, Fernández no pudo evitar recordar a aquella enigmática y valerosa mujer apuñalando a su amigo Centeno. El recuerdo, empezó a provocarle una cierta ansiedad, pensando ¿Por qué? ¿Por qué tuvo que suceder? SentÃa el embargo de la pena por la pérdida, pero se resistÃa fuertemente a entregarse a ese sentimiento que detestaba, aunque no pudo evitar sentir una ligera conmiseración por Ribera.
Este último sintió un cambio en la expresión del Capitán, sus gestos duros empezaban a mostrar menos consistencia, sus ojos se perdieron en el vacÃo. Ribera imaginaba: “que estará pensando este roto codicioso, ladrón y asesino,[46] ¿tendrá sentimientos?”. Mientras pensaba ello no pudo evitar notar que el Capitán estaba perfectamente vestido y calzado, llamándole la atención su reluciente chaqueta de paño azul marino con los puños color rojo y unas barras colocadas sobre el lado izquierdo y unas relucientes botas café hasta la altura de las rodillas.[47] ¡Cómo contrastaba con la situación maltrecha del ejército nacional! ¿Por qué tengo una curiosidad por este maligno sujeto? Se preguntaba Ribera.
- Sabe, seguro debe estar pensando que somos unos seres bárbaros, y que ello quedó demostrado en los últimos acontecimientos. Asà puede ser una guerra, pero déjeme decirle que también tenemos familias y amistades que nos esperan.
- Yo no entiendo de polÃtica señor, pero sà entiendo de la emoción de la pérdida de un amado.
- Admiro su valentÃa de venir hasta aquÃ, accederé a su voluntad de salvar algunos libros.
Ribera fue a echar una vista de los libros que restaban en los estantes, pero pudo notar que los clásicos habÃan desaparecido.
- Aquà no está lo que estoy buscando
- ¿Qué es lo que busca realmente?
- Busco los textos clásicos griegos y latinos y documentos oficiales de la época colonial.
Un soldado que se encontraba en el salón escuchaba la conversación y se apresuró en decir que algunas carretillas fueron llevadas a la casa de algunos altos jefes, y que otras terminaron siendo llevadas para venta como papel para envolver al mercado o a las pulperÃas cercanas.[48]
Ribera se sentÃa desconcertado y no podÃa ocultarlo, caminaba de lado a lado del salón, se llevaba las manos a la cabeza haciendo expresiones entremezcladas de admiración y lamento, lo que llamaba fuertemente la atención del capitán Fernández. “¿Por qué camina de esa forma, haciendo esos movimientos, no puede acaso mantener quietas las manos?”, se preguntaba el militar.
- No me imagino esos textos en las pulperÃas, seguro donde los chinos... Creo que debo ir al barrio chino.
Ni bien terminó de escuchar la frase, Fernández preguntó...
- ¿Vas a ese barrio donde se dice que...?
- ¿Qué?
- No, nada, le acompaño, asà podré identificar algunos libros que me faltan de la lista de los capellanes.
Los dos jóvenes se dispusieron camino al barrio chino en la calle del Capón. Para ambos era una completa nueva aventura, pues Luis Ribera tenÃa un ritual establecido de lugares a frecuentar. SabÃa que el barrio chino, ubicado en el distrito cuarto del segundo cuartel, ofrecÃa mucha diversión y placer, pero dada su posición tenÃa temor por lo que sus amigos, vecinos o conocidos podrÃan decir, pues Lima era una ciudad muy entregada al chisme.[49] Por ello, preferÃa las pulperÃas alejadas de la ciudad, discretas y donde nadie podrÃa reconocerlo fácilmente.
El capitán Fernández, en cambio, sólo tenÃa cierta referencia acerca del barrio chino, pero no habÃa incursionado, aunque sabÃa de la existencia de los fumaderos de opio por rumores que habÃan llegado a su batallón, historias que animaron la fantasÃa de muchos soldados y oficiales durante la campaña hacia Lima.
- ¿Conoces este mercado? Preguntó el capitán Fernández, refiriéndose al Mercado de la Concepción.
- No, sólo conozco los almacenes del Bon Marché de Lima.[50]
- Claro, debà imaginármelo.
- ¿Cómo vamos a saber dónde buscar?
- En el callejón Otaiza existen, ahà hay de todo, seguro hasta casas de préstamos o tiendas, puede ser lugares donde hayan podido acabar esos libros.[51]
- Vamos...
Mientras estaban por entrar al callejón comenzaron a sentir un olor fuerte, áspero, parecido al amoniaco, haciendo el ambiente cargado. Se sentaron en las bancas de un teatro para tomar aire.[52]
Los jóvenes se sentÃan perdidos dentro de un laberinto de callejones estrechos, vericuetos que luego de un tramo se bifurcaban en diversas direcciones. Mientras se introducÃan por los callejones veÃan numerosos cuartos, muy pequeños algunos, y dentro numerosos chinos apilados. El aire se hacÃa más denso, haciendo una atmósfera soporÃfera, veÃan algunas mesitas de centro, algunas tarimas laterales cubiertas con un petate, almohadillas y unos vástagos largos junto a unas lámparas que alumbraban como luciérnagas en la penumbra de las habitaciones.[53]
- Vámonos, aquà será imposible encontrar algo, mencionó el capitán Fernández.
- Salgamos. Pero sabe, si esos libros han ido a parar en lugares para envolver productos, creo que debemos ver en las pulperÃas de alrededor.
Saliendo del callejón, los dos jóvenes tomaron una bocanada de aire y entraron a una pulperÃa que parecÃa limpia y decente, según los estándares de Ribera. En el mostrador, el señor Chong los saluda cordialmente y colocando la mano amicalmente sobre el hombro del peruano los invita a entrar, dejándose estos llevar al interior del local.
Ribera y Fernández entraron en una habitación grande con iluminación tenue, habÃa cuatro saloncitos con sus respectivas divisiones y unas cortinas de gasa ya percudidas como entradas a cada uno. El señor Chong los guÃo a la que se encontraba en el extremo izquierdo, abrió la cortina y gentilmente los hizo pasar. El pequeño salón tenÃa una alfombra en el piso y algunos cuadros decorativos de peces carpa de colores y paisajes de montañas nubosas. HabÃa una tarima recostada en la pared derecha cubierta de un petate de esteras y sobre el cual habÃa tres cojines de un color rojo intenso. Al costado de la tarima se encontraba una mesita de forma octogonal cubierta por un mantelito de tul. Recibieron la invitación a sentarse por parte del Sr Chong mientras un ayudante más joven traÃa una bandeja de madera lacada en negro y decorada con flores, con varios implementos, resaltando una lámpara de aceite y dos tubos largos, y que colocaron sobre la mesita.
- Pero, nosotros sólo queremos preguntar si... Mencionó Ribera, algo recompuesto.
- No pleocupe señol, no plobema, sentar, sentar, yo enseñal cómo, interrumpió el señor Chong.
- Este cree que somos clientes y queremos fumar eso que huele fuerte, acotó Fernández.
En ese momento, Luis Ribera nota que debajo de la tarima sobresale la cubierta de un libro bastante viejo.
- Espera, sÃ, nos quedamos, gracias... Irrumpió Ribera... Mira hacia abajo, hay un libro de los que buscamos... Le mencionó a Fernández.
- Cierto, nos sentamos mejor. Confirmó éste.
Mientras se iban sentado el señor Chong saca de su bolsillo una pequeña caja de madera tallada con incrustaciones de nácar[54] que coloca sobre la bandeja. De ella, extrae un poco de opio en pasta con la ayuda de una aguja larga, a la cual le da forma de guisante, y que pasa a calentar en la lámpara de aceite encendida. Mientras Ribera y Fernández observaban, la burbuja de opio se iba hinchando y tornándose color dorado y de consistencia pegajosa, como si se tratara de una melaza, y que el señor Chong iba estirándola como en largos hilos, repitiendo el procedimiento varias veces con la aguja, hasta enrollarla nuevamente a su forma de guisante original.[55]
- Cocina mejol asÃ, mencionó el chino.
Cogió uno de los tubos, que eran en realidad pipas para fumar opio, que Ribera las percibió como piezas de arte puro. Comprobó que eran de bambú con decoraciones de tigres de bengala, y que además poseÃan hacia casi el extremo un cuenco de porcelana blanca unido a la pipa a través de un accesorio de metal finamente tallado. Con una delicadeza experta, el señor Chong colocó el guisante en el agujerillo del cuenco y le indicó a Ribera que vaya inhalando desde el otro extremo de la pipa, mostrándole además que cada tiempo debÃa acerca el cuenco sobre la llama de la lámpara para mantener la temperatura correcta para ayudar a vaporizar el opio. Le devuelve la pipa nuevamente, y le ayuda a recostarse, sobre el cojÃn rojo intenso, mientras Ribera se encuentra dando sus primeras inhaladas.
Fernández habÃa observado todo ello, convenciéndose que era todo un ritual eso de fumar opio, y que una cosa era haberlo escuchado en conversaciones de cuartel de campaña, y otra muy diferente estar ahà presente. Pensaba que las cosas hubiesen sido diferentes si Pedro, su entrañable amigo de ValparaÃso hubiese estado ahà presente, habÃan dicho que algún dÃa iban a conocer todo ese mundo placentero que ofrecÃa Lima, para olvidarse de todo, hasta de sà mismo. Pero ello, era parte de sus más Ãntimos sentimientos.
El señor Chong se habÃa retirado, dejando a los dos iniciados. HabÃa logrado preparar la otra pipa que habÃa entregado a Fernández. Éste se recuesta al otro extremo de Ribera, comienza a inhalar y sentir los vapores ingresar a su cuerpo, embargado por una sensación de alivio, de conforte.
Fernández recordó el libro, se agachó para cogerlo, lo observa y lee en voz alta...
- Ovidio...
- ¿Cómo? Ovidio, ¿aquÃ? ¿Quién lo ha invitado?
Fernández comienza a percibir que Ribera está en su propio mundo de sueño y fantasÃa,[56] respondiendo...
- El libro, me refiero al libro, el que estaba debajo de la tarima
- Ah sÃ. Precioso libro, amo ese libro. ¡Cómo ha venido a parar a este lugar! ¡Qué injusticia!
- Conoces el libro, ¿de qué trata?
- Es un libro hermoso, me encanta Apolo, su amor es tan diáfano y desprejuiciado.
- ¿Por qué dices eso?
- Tráeme el libro, déjame que te cuente…
Con el libro en sus manos, Ribera siente que éste empieza a vibrar lentamente, y que se empieza a deshacer poco a poco en partÃculas muy pequeñas que comienzan a introducirse en su cuerpo, a través de sus manos y antebrazos. SentÃa un calor intenso y reconfortante, una sensación de bienestar y felicidad que lo embargaba por completo. Fernández, frente a él, lo mira fijamente y mientras seguÃa inhalando le dijo…
- Léeme algo de ese libro, algo que valga la pena de haber hecho todo este periplo.
Ribera lo miró fijamente y se recostó a su costado.
- Y como dice: “se sumó a todos éstos el ciprés cuya forma se parece a la de las metas; nunc arbor, puer ante deo dilectus an illo”.[57]
- ¿Qué dijiste po? No entiendo.
- “Ahora árbol, muchacho antes, del dios aquel amado”.
- Continúa...
- “Pues habÃa, consagrado a las ninfas de Cartea, un ciervo, enorme que recibÃa vasta sombra de sus propios cuernos brillantes de oro; llevaba sobre sus hombros collares de joyas, y una bula de su edad en medio de la frente, y perlas lucientes alrededor de las sienes.
Ése, libre del miedo que está en su naturaleza, visitaba las casas y se ofrecÃa a ser acariciado incluso a los desconocidos.
Más que a nadie, ese ciervo era grato a Cipariso, el más bello de los habitantes de Cea. Él lo llevaba a los pastos nuevos y a las fuentes claras. Ora le entretejÃa flores en los cuernos, ora se ponÃa a caballo sobre él, y lo frenaba con cintas de púrpura.
Era un mediodÃa de estÃo y calentaban el cielo los brazos de Cáncer. El ciervo, cansado, se recostó a la fresca protección de los árboles.
Imprudentemente, allà Cipariso lo hirió con un dardo, y cuando vio que se morÃa, quiso morir él mismo. En vano, Febo trató de consolarlo, mostrándole que no era bastante la causa para la determinación tomada. Él persiste, y sólo pide a los dioses que lo hagan llorar por siempre. Entonces, vertida en llanto su sangre, comenzó todo él a verdear, y sus cabellos se erizaron rÃgidos y apuntaron al cielo. Gimió Apolo, y le dijo que, asà como él lo llorarÃa, Cipariso llorarÃa a otros y asistirÃa a sus duelos”.[58] ¿Tienes corazón capitán Fernández? Preguntó finalmente Ribera.
- Luis, ni nombre es Luis Fernández Giraldi
- Como yo, soy Luis Ribera Pinedo, mucho gusto.
- Igualmente, pero ¿Por qué Cipariso llorarÃa a otros? ¿Qué sucedió con él?
- Apolo apiadado de él, lo convirtió en un ciprés, el cual es “el árbol mortuorio por excelencia”.[59]
- Apolo debió haberlo amado mucho para entregarle ese regalo, y a la vez apiadarse de él.
- SÃ, Apolo amó a muchos jóvenes...
- Me haces recordar a alguien, a un amigo que está en ValparaÃso, Pedro. Él es más sentimental, habÃamos dicho que alguna vez vendrÃamos a esta ciudad.
- Bueno, te adelantaste un poco, la próxima sabrás dónde ir.
- ¿Por qué te gusta ese libro y las escenas que me has leÃdo?
- Porque las siento mÃas, asà es como intento vivir; y con mayor razón ahora, en estos tiempos de guerra, de ocupación, de haber sido herido de muerte a mis treinta y cinco años de vida y no saber si me recuperaré del todo. Como Cipariso perdió su amado ciervo, y el propio Apolo perdió a Jacinto, yo he perdido mucho en esta vida. DesearÃa que el dios llegase y se apiade de mà convirtiéndome también en un árbol también.
Los dos jóvenes se quedaron por un tiempo en silencio, entregados a un estado de imaginación y placer, quizás en visiones voluptuosas, por momentos se miraban y por otro mantenÃan los ojos cerrados.
- Pedro, te extraño, quisiera volver a verte, extraño tu cercanÃa, tus palabras, tu aroma, todo lo tuyo que ha sido mÃo, y que no encuentro nada más placentero y reconfortante. No importa hacer bien o mal, no importa nada ya. Prometo ser más comprensivo, más atento y menos temeroso. Entiéndeme por favor. Con ese anuncio Luis Fernández rompió el silencio de la habitación.
- Te entiendo, también te extraño, y te espero Luis, haremos ese viaje juntos como habÃamos prometido. Respondió Luis Ribera.
- Perdóname Pedro, te prometo volver pronto, mientras comenzaba a llorar.
Los dos jóvenes se abrazaron, Luis Fernández sentÃa descargarse de todo, solo querÃa seguir asÃ, abrazado de Pedro eternamente. Luis Ribera respondÃa consolándolo, haciéndolo sentir querido, confortado, cuidado y protegido.
Se quedaron dormidos, y transcurrido unos cuarenta minutos, Fernández despertó del sueño. Se percató que tenÃa su brazo sobre la cadera de Ribera y se apartó, no entendÃa como estaban tan cerca y respirándose casi el uno al otro.
Ribera también despertó y no le dio ninguna explicación a Fernández que volvió a su habitual conducta acorazada.
- Vámonos, ya tienes tu libro y debo volver al cuartel. No tengo idea del tiempo.
- Sà claro. Gracias por acompañarme en esto. Respondió Ribera recogiendo el libro que habÃa quedado en el piso e intentando hacer memoria, pues creyó que éste habÃa desaparecido.
Salieron hacia la entrada de la pulperÃa, el señor Chong los saluda nuevamente, mientras Ribera coloca el dinero sobre el mostrador. El señor Chong revisa y suelta una gran sonrisa, mientras hace un gesto de agradecimiento con la cabeza.
- Ya es de noche, espero no tener problemas, debo regresar antes al edificio de la Biblioteca.
- Esta bien, yo debo regresar a casa.
- Bueno, mucha suerte Ribera, que tengas buena salud y buena vida, hasta otra oportunidad.
- Igualmente para ti Fernández, hasta otra oportunidad, y Pedro está esperando por ti.
Fernández se desdibujó en un instante, y antes que pudiera hacer pregunta alguna, Ribera habÃa comenzado a marchar rápidamente caminando por la calle del Capón, perdiéndose entre la multitud.
- Pedro… ¿Cómo es que él…? Bueno, sÃ, Pedro está esperando por mÃ…
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[1] El acontecimiento del asesinato de un oficial del ejército chileno por parte de una dama limeña, aparte de otros datos clave, se narra en “La Lucrecia peruana” (Gonzáles, 1979, pp. 21-28).
[2] Pasaje tomado de (Cáceres, Z., 1921, p. 36, citado en Rivera, R., 1984, p. 19).
[3] Pasaje en (Salinas, F., 1893, 24, citado en Mc Evoy, C., 2016, p. 333).
[4] Hoy cuadra 1 de jirón Huancavelica.
[5] Con este nombre eran conocidos los soldados de la policÃa chilena (Gonzáles, N., 1979, p. 22). Sobre este punto, se menciona que, frente al problema de la inseguridad, “la administración chilena levantó un improvisado cuerpo de policÃa” (Retamal, F., y Retamal, P., 2021).
[7] Se indica el decreto fue dado el 19 de enero por el general en jefe Manuel Baquedano antes de partir al sur, dejando como jefe polÃtico y militar a cargo de la administración de Lima al general Cornelio Saavedra (Tapia, A., 2018, pp. 141-160).
[8] Con esta expresión firma Baquedano una carta enviada al presidente AnÃbal Pinto desde la Casa de Pizarro. Ver: http://www.limalaunica.pe/2012/02/la-vida-en-lima-durante-la-ocupacion.html
[9] Sobre este dato (Eulogio Altamirano a AnÃbal Pinto, Lima, 20 de enero 1881, en AN.FV., vol. 415, f. 196, Citado en Mc Evoy, C., 2016, p. 331).
[10] Es el mismo decreto dado el dÃa 19 de enero por Baquedano.
[11] Pasaje en inspirado de (Cáceres, Z., 1921, p. 24, citado en: Rivera, R., 1984, p. 13).
[12] Se menciona ‘comuna limeña’ en alusión a la ‘comuna de ParÃs’, debido a la comparación que se hacÃa en Chile de esta guerra con la guerra de Prusia contra Francia, en donde Chile cumplÃa con la labor de Prusia, esto es, evitar el triunfo del comunismo. Además, la mención de ‘comunismo’ se asocia a partir del desorden social que se produjo tras los desastres de San Juan y Miraflores (Guzmán L., 2020, p. 103). Con ‘comuna limeña’ se entendÃa también “la rebelión popular, con saqueos, incendios y muertos” (Mc Evoy, C., 1997, pp. 213-214, 240, citado en Ramón, G., 1999, p. 2014).
[13] En relación a los desmanes producto de la batalla de San Juan y Miraflores (Retamal, F., y Retamal, P., 2021).
[14] Para los escritores y polÃticos chilenos este era el incomprensible carácter de los peruanos más aun frente a la derrota (Mc, Evoy, 2016, p. 327).
[15] Lima era considerada como la ciudad de los placeres y el amor, para ello revisar el episodio “Lima” (Gonzáles, 1979, pp. 62-69). La ciudad también era considerada como la “Sodoma sudamericana”, en La Patria, 20 de enero de 1881, y El Mercurio de ValparaÃso, 22 de enero de 1881 (Mc Evoy, C., 2016, p. 331).
[16] Sobre el paso del ejército chileno (Mc Evoy, C., 2016, p. 333).
[17] Frases tomadas de (Gonzáles, N., 1979, p. 62).
[18] Se autorizó “ocupar Lima con las siguientes fuerzas: tres baterÃas de artillerÃa de campaña, Regimiento “BuÃn”, 1° de LÃnea, Regimiento de LÃnea de Zapadores, Batallón “Bulnes”, Regimiento Cazadores a Caballo y Carabineros de Yungay” (Rivera, R., 1984, p. 14).
[19] Para Ahumada el hecho de no haber hecho gritos ni manifestaciones hostiles a los vencidos es una prueba que los chilenos no eran la imagen de insolentes bandoleros (Ahumada, P., 1888, p. 106, citado en Rivera, R., 1984, p. 15).
[20] Sobre este punto es importante mencionar que existÃa en el imaginario chileno y también por algunos peruanos que Lima era una ciudad entregada a muchos vicios, dos de los principales: la homosexualidad (que incluye las maneras afeminadas) y la toxicomanÃa (More, F., 1919). En el periodo postguerra destaca las ideas de Gonzáles Prada sobre la tarea de forjar modelos masculinos guerreros y seculares y menos románticos, puesto que “la derrota habrÃa puesto en duda no sólo la fortaleza sino también la virilidad del cuerpo nacional” (Peluffo, A., 2019, p. 25). El Comercio y Gonzáles de Fanning mencionaban también que “la derrota en la guerra (...), planteó el problema de la debilidad de los peruanos” (Muñoz, F., 2001, p. 166). Además, el diario El Chilote llamaba a Lima en su editorial, la “Babilonia moderna”, la cual “habÃa sido invadida con la finalidad de “purificarla de sus crÃmenes” y “hacerla una nación verdaderamente honrada y amante del decoro”” (El Chilote, Castro, 5 de febrero de 1881, citado en Mc Evoy, C., 2006, p. 199).
[21] Se menciona que los limeños se alistaron en masa cuando los chilenos estaban a puertas de Lima, a fines de 1880 (Rengifo, D., 2018, p. 126).
[22] El 22 de febrero, el general Saavedra en una misiva al presidente Pinto le informa el envÃo a Chile de algunos materiales que por su valor cientÃfico serÃan de gran utilidad en algunas instituciones especializadas chilenas. Ello incluÃa maquinaria de moneda, maestranza, factorÃas, utensilios de laboratorio de fÃsica, quÃmica, además de material de los museos Raimondi, de la escuela de medicina, escuela de minas, entre otros documentos de instituciones públicas y de interés netamente nacional (Mac Evoy, C., 2016, p. 327; Palma, R., 1964, p.27).
[23] La solicitud fue negada por el Canónigo Manuel Santiago Medina, siendo no acatada, pues la ceremonia se realizó el dÃa 3 de febrero por orden del general Baquedano (Rivera, R., 1984, p, p. 20).
[24] Este peculiar hecho es narrado por José Chaupis (Retamal, F., y Retamal, P., 2021).
[25] El Hotel Maury, ubicado en la calle Bodegones, para la época poseÃa servicio de comedor a las 9:30 de la mañana y a las 4:30 de la tarde. HabÃa café, billar y un bar bien surtido de vinos y licores (Orrego, J., 2009).
[26] Este personaje y algunos datos relacionados son el mencionado en el episodio “La Paloma” (Gonzáles, 1979, pp. 256-262).
[27] Datos obtenidos de (Rivera, R., 1984, p. 17).
[28] Para esta referencia de las dulcerÃas (Pacheco, J., 2018).
[29] Referencia en (Los apuntes de Daniel, 2017).
[30] Dato tomado del episodio “El cholo Castilla” (Gonzáles, 1979, pp. 117-123).
[31] Referencia en (Los apuntes de Daniel, 2017).
[32] IbÃd.
[33] IbÃd.
[34] IbÃd.
[35] La lista se basa en lo que se consideraba la comida de “gente decente” y era parte de los festines criollos, como el ofrecido en el Club Nacional en honor a Miguel Grau el 21 de junio de 1879 (Torres, V., 2014, p. 259). También se puede ver sobre la dieta para la época (Guardia, S., 2009; Lima la única, 2010).
[36] Sobre las pulperÃas en la calle Santa Clara (Reyes, A., 2014, pp. 178-179).
[37] En el episodio “La Paloma” se menciona la palabra cantinera, pero ello era más común para las mujeres chilenas que apoyaban a su ejército. En el Perú y Bolivia era más común el término ‘rabona’ o ‘rabonera’, que al parecer deriva a la posición que ocupaban en los pelotones, al final. Su misión era diversa, desde tareas de curar y atender a los heridos hasta labores domésticas de cocina y lavanderÃa (Museo Histórico Nacional, s/f).
[38] Hasta 1879 hubo presentaciones de teatro de obras peruanas patrióticas, las cuales descienden marcadamente en 1880. Además, es importante mencionar que las funciones se suspendieron luego de la muerte de Grau y posteriormente de Bolognesi. Durante 1880, la clase alta, asidua al teatro, deja de asistir, para dar paso a un público de clase media y más joven. Asà mismo, durante la ocupación esta tendencia se mantuvo, incorporándose el grupo de los oficiales chilenos (Rengifo, D., 2018, pp. 119-140).
[39] Sobre esta lista de material bibliográfico (DÃaz, N., s/f).
[40] Estos hechos son ciertos, pues según se sabe, el propio Ricardo Palma incautó el texto Opus pulcherrimuz chiromantie cum multis additiôbus nouiter impressuz, impreso en Venecia en 1499 y con condición de incunable europeo, a un soldado chileno en 1881. Este tratado de quiromancia fue donado por el libertador José de San MartÃn a un soldado chileno que lo tenÃa para venderlo (Biblioteca Nacional del Perú, s/fa).
[41] Para el registro del hecho (Carcelén, C., y Maldonado, H., 2014, p. 143).
[42] Sobre la carta enviada por el director de la Biblioteca (Palma, R., 1964, p.31).
[43] Original en el episodio “¡Delenda Carthago!” (Gonzáles, N., 1979, p. 35).
[44] Esta escena se respalda en que “la tristeza, vergüenza y miedo forman parte de un abanico de emociones débiles (y femeninos) que deben reprimirse como respuestas afectivas al trauma nacional (…) [los hombres] tienen que sufrir en secreto, en parte para no ser como los grupos subalternos (mujeres, niños, indÃgenas)” (Peluffo, A., 2019, pp. 22-23).
[45] Curiosamente se mencionaba que “muy superiores a los hombres tanto fÃsica como moralmente, son las mujeres de Lima (von Tschudi, J., 1854, p. 67), pues “los hombres limeños son afeminados y adversos a cualquier clase de actividad que les demande ejercicio” (von Tschudi, J., 1845, p. 65), asà como más entregados a la moda europea que a los temas de polÃtica regional (Oliart, P., 2004, p. 268).
[46] Estas caracterÃsticas sobre el perfil del ‘roto’ que no se encuentra circunscrita solamente al hombre de pueblo se encuentran mencionadas en el episodio “El roto” (Gonzáles, N., 1979, pp. 79-85).
[47] Las barras indicaban el número de participaciones en combates previos, medida que habÃa establecido el ejército (Razón y Fuerza, 2010).
[48] Este dato lo corrobora la propia institución en su portal (Biblioteca Nacional del Perú, s/fb).
[49] Ya en mayo de 1859 el diario El Comercio emite una nota sobre la presencia de chinos en la calle del Capón, donde se menciona, “era un olor ocre, fuerte y pronunciado a ese opio en bruto con que acostumbraban entretener sus sesiones. El sueño se apoderó de nosotros tan solamente al aspirar la soporÃfera atmósfera que partÃa de esa casucha” (RodrÃguez, H., 2004, pp. 397-398). Posteriormente, las acusaciones que luego se harÃan en relación al barrio chino era el consumo de drogas, las enfermedades transmisibles, la inmundicia, el juego y la sodomÃa (Ramón, 1999, p. 205). Además, ya para la época se decÃa que ese lugar aparte de hacinado e insalubre, según la tesis del Dr. César Borja en 1877 (Palma, P., y Ragas, J., 2018, p. 168).
[50] Referencia en (Los apuntes de Daniel, 2017).
[51] Efectivamente en el callejón Otaiza existÃan fondas, casas de préstamo, encomenderÃas, salones para fumar opio (Chuhue, 2016, p. 40).
[52] Se referÃan al teatro Odeón, ubicado dentro del callejón Otaiza y en donde actuaba la Sociedad Asiática Teatral haciendo representaciones chinas que podÃan durar hasta 8 dÃas como los escenarios de PekÃn. Este teatro siguió funcionando durante la ocupación de Lima (Chuhue, 2016, pp. 37-38).
[53] Descripción tomada de (AGN, Informe del 15 de mayo de 1916. Ministerio del Interior, Prefectura del Lima, leg. 183, citado por Muñoz, F., 2001, p. 175).
[54] Extracto de (Nuño, A., 2021).
[55] Adaptación y traducción propia de (Hodgson, B., 1999, p. 111).
[56] Frase tomada de (Muñoz, F., 2001, p. 162).
[57] Met. 10. 107.
[58] Met. 10. 106- 147.
[59] Tomado de (Cairo, M., 2018, p. 63).