Estampas Limeñas

Los mariquitas de la avenida Alfonso Ugarte.

diciembre 07, 2020TwoPrincess

 


-Carlos Jaramillo-

-Ronny Alvarez- 

Jorge extrañaba el calorcito de su natal Vichayal, “en julio Lima es como una congeladora”, pensaba. Pero, ni modo, había llegado hace un mes para trabajar y buscar un mejor futuro. La vida del campo no daba para más, un pequeño terreno y la cría la animalitos de granja sólo alcanzaba para lo necesario para sus padres. Por ello, decidió seguir los pasos de su hermano mayor y probar suerte en la capital, la cual sólo había tenido oportunidad de visitar unas contadas veces. 

Era el año 2015, y por suerte encontró trabajo como personal de limpieza, en realidad fue una gran suerte, pues trabajaba en el Ministerio de la Mujer, en pleno centro de Lima. Entraba muy temprano, 7 de la mañana y salía a las 4 de la tarde. Caminaba por el centro un rato, miraba el movimiento extraño de la plaza San Martín, pero no se atrevía a ir más allá. Al parecer, aún no era su momento.

 

En su trabajo conoció a Pablo, otro muchacho que como él se dedicaba a la limpieza de oficinas, salones, escritorios, escaleras. Pablo era más avispado, mucho más despierto y pendejo. Conversaban sobretodo al momento de la salida, en ese cuarto grande, con duchas y vestidores para el personal de limpieza, tan íntimo.

 

- Oe, ¡qué tal asunto que tienes!

- Y tú que miras huevón

- Es que, hermano, es una cosota. Estas perdiendo plata ah.

- ¿Cómo ansí? Preguntó Jorge de una forma dubitativa.

 Jorge empezó a pensar cómo era posible eso, ¿dinero? Eso es lo que me falta, entre el alquiler de mi habitación, pasajes, comida, y mandar un poquito a mis padres... No, no me alcanza... Pensaba.

- Es que eres un quedado pe' huevas. Con esa herramienta yo estaría en la Plaza San Martín o en el cine de la Alfonso Ugarte haciendo plata.

- Pero, ¿cómo?

- ¿Ves? Utamare… Eres un quedado

- Es que no sé lo que me dices.

- ¿No has visto el “movimiento” de la Plaza acaso?

- Uhm… Los patas que están ahí parados... ¿Qué hacen?

- Se venden, pues, fletean, son fletes[1], cobran 20, 30 lucas por polvo. Aunque tú con esa notaza podrías cobrar hasta 50 lucas fácil.

- Pero, ¿cómo se hace?

- Vamos hoy, pero vamos al cine, porque seguro los patas de la Plaza nos botan o se ponen faltosos, como no nos conocen, no nos vayan a cagar.

- Ya pues, vamos saliendo de aquí.

 

Los dos se dispusieron hacia la avenida Alfonso Ugarte, hacia el cine -ahora porno- Ritz[2]. Una vez allí, Pablo le explicaba a Jorge que camine y vaya observando el movimiento, que vea la película un poco para excitarse, y que trate se le note el bulto, y que se pasee por la platea y mezanine. Cuando alguien lo quiera agarrar, que le diga, son 20 soles el mamey y 40 soles el polaco.

 

- ¿Dónde voy a hacerlo? ¿Aquí?

- En el baño o ahí mismo en los asientos. Pones tu billetera delante de tu pantalón o dentro de la media. Ahí verás que todos tiran en los asientos, ahí la gente se acomoda.

- Ah, ok. Puta… No sé…

- Anda huevón, la hacemos. Son las 5 pm, a las 6 pm nos encontramos aquí abajo.

- Ya, nos encontramos.

 

Jorge trataba de caminar sin caerse, como no era familiar al lugar no sabía muy bien por dónde moverse. Iba casi a tientas. Pero lograba percibir los movimientos en las butacas, así como de las personas presentes. Mayormente jubilados frente a la gran pantalla masturbándose, otros fumando, pasivos caletas mirando bultos y provocando a sus dueños para lograr un golo-golo. Otros más mandados, lléndose de manos hacia el bulto, cogiendo la entrepierna y diciendo, “que rico mazo”, para tratar de excitarlos. Unos aceptan, otros pasan de largo. 

Jorge se dirige al mezzanine y logra percibir un tumulto. Se acerca y comprueba que hay una pareja en pleno, parados, ahí con los pantalones a la rodilla, el activo insertando su miembro en el gimiente pasivo que a la vez tenía en frente tres miembros que iba turnando para deleitarse. Jorge se acerca para mirar bien, para intentar tener detalles, el tamaño de las herramientas, la forma del cuerpo del patita que gemía. Le ‘ponía’ ver esos detalles, quería unirse, quería acercarse más. Quería ver sus rostros, sobretodo de ese pasivo, quería ver sus muecas de placer, quería observar su boca tragándose una u otra. 

 

- ¡La conchesumadre! Exclamó Jorge a la vez que no podía creerlo. ¡Cómo me engañó! Mejor me voy, mencionó entre dientes.

- ¿Quién es ese huevón? ¿Lo manyas? Preguntó el semental activo.

- Nadie, nadie respondió Pablo que estaba siendo atravesado, pero ni se inmutó y siguió como si nada hubiese ocurrido.

 

Jorge se quería marchar, pero sentía a la vez una sensación amarga. ¿Cómo no se dio cuenta? “Por eso tanto interés suyo en el cuarto de baño”, pensaba. “Maricón”. Bajaba las escaleras, y un hombre en sus cuarenta lo mira profundamente.

 

- Hola, ¿qué haces?

- Nada, ya me voy

- ¿Por qué? No quieres divertirte un poco, estirando la mano para agarrarle el bulto, comprobando que Jorge por alguna razón estaba totalmente erecto.

- Son 40 lucas si quieres un polvo.

- Ok, esta bien, paga su precio. Ven, vamos al baño que no hay nadie

- Ya, te sigo.

 

Fue su primer cliente, Jorge tuvo su primer cliente. Recibió sus 40 luquitas y pensaba que estos podían ser 80, 120, 160, si conseguía más clientes. Salió del cine, pensando lo curioso de la existencia de ese lugar de puterío tan cerca de su cuarto. Se fue caminando, hacia la calle Zepita, por toda la Alfonso Ugarte. Cruzó la avenida España, se percató de un grupo de chicos que iba caminando hacia el Centro Cívico, seguro unas loquitas que se van a tomar y fumar hierba al parque Neptuno, y luego al Sagitario, pensaba Jorge. Ojalá no les roben siguió pensando, porque en ese parque las mariconas como esas son blanco fácil. Así son todas decía para sus adentros, se mueren por una buena pieza, lo prometen y lo dan todo, locas, locas, locas, borrachas, drogadas, fumadas, acaban pepeadas ahí mismo en el parque, sobre el cesped o las bancas, o peor aún, en sus casas y sin rastro de nada. Nadie merece eso. Tenía esa imagen en su cabeza y se negaba a ese destino, él no, él tendría clientes, él quería dinero, sólo importaba hacer más plata. Claro, sin asaltar, sin robar, sin ser pendejo.

Pasaba frente al Colegio Guadalupe, los cachineros ya se disponían a poner sus mercancías sobre la vereda. Pensaba, “y eso que de día es tan diferente. La noche lo cambia todo, todo se puede hacer durante la noche. Todito. Incluido comprar hierba o pasta, pero eso no me gusta, la hierba puede ser, pero la pasta o el terocal apesta y caga la cabeza”. Ya había visto a las travestis en la madrugada tener sexo escondidas en dicha fachada, así paraditas, como él en el baño del cine, pero no, a él le pagaron más, además “a él no le gustan las travestis, paso de largo”, se repetía.

Cruzó la calle, en frente tenía el Metro, luego se enteraría que en los baños del segundo piso de ese super mercado es otro desmadre, no se puede tirar pero la gente va a mirar y tocar miembros, a encerrarse en los cubículos pero por un momento corto, mucho roche, pues entra el controlador y si te encuentran te hace un roche feo. Pero para despejarse está bien. O puedes ahí hacer contacto y luego marcharte con al pata al Hotel Paraíso, entre las avenidas Bolivia y Uruguay, claro que él pague el cuarto -con baño por supuesto- y además el servicio.

 

“Es lo justo”, pensaba Jorge, ahí además van bastantes hombres maduros, que salen de sus oficinas, y sólo quieren pasar un buen rato antes de llegar a su casa, ver a sus esposas, sus hijos. “¿Cómo pueden haber hombres así?” Se preguntaba Jorge. Pero, ¿acaso él mismo no estuvo a punto de casarse? Sí, esa chica del puerto de Talara, lo engañó con otro pata y por eso no se concretó el matrimonio ¿Hubiera estado haciendo mismo que esos hombres del cine o de Metro en este momento? No, claro que no. Él es el activo, y eso es algo diferente. “Un hombre cuando la mete no es cabro, por eso no dejaré nunca que me la metan, ni que me metan lengua, eso está bien para los cabros, yo no soy cabro”, se repetía para sí mismo.

 

Continuando su marcha, llega al jirón Quilca, otro escenario curioso. Cerca están las travestis de la avenida Washington, y que a veces llegan hasta el jirón Chota, esas calles se tornan densas por la noche, llena de clientes, gritos, polvos, asaltos, todo puede suceder. Y eso que Jorge no llegó a conocer el cine Tauro, ese cine de arquitectura elegantona también era dominado por travestis y maricas, cada uno en su espacio y con sus respectivos clientes. Ahí hubiese podido trabajar más tranquilo, también eran otros años. 

“¿Dónde más podré trabajar? ¿Dónde?” Jorge, tenía ya una cosa en la cabeza, dinero, y pensaba que esa avenida Alfonso Ugarte sería su camino, su medio para hacer más dinero. Al parecer esa avenida ofrecía muchas oportunidades; como el bautizado ‘club nudista’ Casanova, ubicado en el pasaje Malvas, curiosamente frente a la comisaría y a pocos metros de una academia pre-universitaria, el cual fue clausurado con escándalo incluido a fines de octubre del 2015[3]. Jorge asistió en algunas veces, pagaba sus 12 soles, el cual incluía un vaso de cerveza, dos condones y una bolsa plástica donde dejar tu ropa, pues la curiosidad del lugar era que los sábados todos debían estar completamente desnudos, mientras que los domingos se permitían estar ropa interior. Jorge era la atracción, principalmente de los más jóvenes y los más viejos. Ahí se plantaba recostado sobre la pared con el miembro siempre dispuesto, gracias a la pastilla azul que aprendió a consumirla por recomendación de un colega con mayor tiempo en el negocio, y que le sirvió posteriormente cuando se inició en salidas a hostales y saunas de sábado para domingo. Para toda la madrugada, no había mejor aliado que el sidenafilo. 

 

Jorge sigue su paso y corta camino por la calle Peñaloza, llena de hoteluchos al paso, hasta llegar a Zepita, a una de esas casonas antiguas, húmedas, polvorientas, sube y calienta algo de comida, mira su billetera y recuerda los 40 soles ganados. Esa noche se acuesta recordando el cine y cómo nunca había dado con ese lugar antes, estando tan cerca. Recordó a Pablo, y pensaba, “que tal pasiva, y bien machito que se mostraba, al final le gustaba la pieza. Tenía buen rabo, se lo vi, ¿sería rico estar con él? Mejor no, con los amigos no. Pero, y ¿si tiene dinero? Mejor no, mañana me hago el loco, que haga lo que quiera, yo no le diré nada”.

 

- Oe te fuiste, ¿por qué…? Te iba a decir para ir a una disco

- No tenía tiempo, tenía que llegar a mi casa

- ¿Te gustó el lugar?

- Sí, esta bien

- Y, ¿te hiciste algo?

- Nada, me fui no más.

- Bueno, al menos las 10 lucas fue para pasarla bien…

- Sí, al menos. 

 

 

La Diabla tenía acumulados ya muchos atestados de expulsión. Pertenecía a la segunda generación de peruanas travestis que habían llegado a Milán en el primer quinquenio de los 90’s. La Diabla, como muchas, había llegado con ayuda de otra amiga, la Kelly, quien le prestó los dos mil dólares para el pasaporte y el pasaje, monto que le fue cobrado con sus respectivos intereses a su llegada a Europa, incluido trabajo ‘voluntario’ en la cocina y limpieza del piso común.

La Diabla al poco tiempo pagó su deuda y se abrió a otro departamento con otra peruana que había conocido; no le gustaba recibir órdenes y menos aún que le hagan recordar que tenía una deuda, y que por ello debía de corresponder con un sí a todo. Estaba cansada como le comentó a Paola, su nueva roomate. La Diabla tenía carácter, era buena persona pero “cuando me buscan, me encuentran, soy una feroz”, solía decir muchas veces.

 

La vida en Milán había sido divertida, era todo lo que le habían comentado a la Diabla, “se tiene calle pero de manera feliz, nadie te jode, aquí a los italianos no les interesa si eres travesti, si eres operada, sólo unos buenos pechos son necesarias para llamar la atención y conseguir unos buenos clientes”, era lo que le había repetido muchas veces Kelly para convencerla acerca del viaje. Claro los chichis eran otros negocios, arriesgado sí, pero la Diabla había sido entrenada muy bien en sacar la billetera mientras le hacía un estupendo mameluco al cliente. Y de ahí desaparecer, hacerse la loca y perderse unos días si el botín había sido suculento.

Los veranos eran maravillosos, la Diabla gustaba ir a Rimini, sobre la costa del Adriático, ahí se tenía mucho sexo, sin cobrar claramente, era ya por amor al arte y escogía a sus parejas. En una oportunidad hizo un viaje corto a Venecia, donde disfrutó de la Plaza San Marcos, y hasta hizo el clásico paseo en gondola, donde se atrevió a seducir al gondolero. En otra se escapó con algunas amigas a Génova, las chicas adoraban al mar, por lo que pudieron lucir conchudamente sus mejores trajes de baño, así como flirtear con los amorosos italianos en la playa, “estos son unos viciosos, los italianos como les encanta la huevada”, decía la Diabla. 

 

Todo ello era recuerdo, ahora la Diabla estaba a días de regresar obligatoriamente al Perú, luego de 22 años en donde hizo una vida. Su retorno era inminente, no había ya retroceso, ya había gastado todas las artimañas posibles. Pretender no entender absolutamente nada, romper y comerse los documentos, hacerse la enferma, echarse mierda encima, consejo dado por otras colegas brasileras también esperando el vuelo a casa. Las autoridades de migración tenían en su poder el boleto de la Diabla y su pasaporte. Con ello, no había vuelta atrás. 

La Diabla pensaba, “¿qué podría hacer ahora en Perú? ¿A qué me iba a dedicar? ¿Cómo la iban a recibir sus familiares y amigos?” Le generaba angustia todas esas preguntas, “sí hubiese tenido mayor seguridad en hacer ese último chichi a ese pobre idiota, no estaría aquí”, se decía así misma en su pequeña celda. 

La Diabla recordaba la Via Padova, esa calle donde había tanto divertimento, sobretodo en verano y cerca al parque Trotter. Se acordó de una tarde en particular junto a su pareja, un rumano que le hacía la vida más llevadera, con el que fueron al bar del ecuatoriano, donde muchas travestis y sus maridos, amantes  o amigos se reunían a beber, reír y pasarla bien. Se acordó de Tamara, otra peruana que estaba esa tarde y estaba acompañada de una maricona que estudiaba en Holanda y decía que estaba haciendo una ricerca[4]acerca de las travestis trabajadoras sexuales, y que por ello estaba en búsqueda de entrevistas; aunque esa tarde estaba con Tamara divirtiéndose, era la novedad. La estudiosa se había chapado a un ecuatoriano por una cerveza Heineken grande, al parecer la estaban entrenando en el puterío. Esa tarde le había prometido una entrevista, pero nunca se dio, por lo borrachas que acabaron. “Ojalá se hubiese dado, ahora tendría una amiga a quien buscar en Perú, ahora que estaba de regreso”, pensaba la Diabla. 

 

Pero ahora empezaba a despedirse, y al mismo tiempo, comenzaba a imaginarse la Lima que dejó, la del 93, la de crisis y sobretodo la de tantas carencias. La Lima que decidió dejar atrás y le incentivó lanzarse a la aventura, todo gracias a la animación de su amiga Kelly, quien le ofreció la oportunidad de salir del país.

Los pensamiento iban y venían, y luego de las 15 horas, con escala en Ámsterdam, la Diabla le decía hola nuevamente a Lima, desde su ventana aún sentada esperando que el avión parqueara correctamente en la pista  del Jorge Chávez.

 

 

El clima cambiaba, Lima se ponía más caliente, así que diciembre anunciaba un verano prometedor. Jorge no iría otro año más al norte. Más bien había aumentado sus incursiones al Ritz, se había hecho conocido ahí por su noble herramienta de trabajo. Pero como sucede con muchos espacios para tener sexo, el ser conocido también mostraba límites. Lo que necesitaba era hacerse de clientes fijos, y ello al parecer no iba a ser posible en un espacio como el cine. Además, había escuchado de los saunas, y cómo también se hacía dinero. Jorge pensaba en ir extendiendo sus espacios. Ya había empezado también a incursionar a la Plaza San Martín, de vez en cuando, y ahí había hecho algunos clientes, cobrando 50 soles cada servicio, y en algunos casos yendo a los hotelitos de cerca, u otras veces llevándolos a su cuarto, siempre y cuando los clientes le daba una buena impresión de confianza. A la de Dios. 

También había aprendido a fumar hierba, sobretodo con un cliente que siempre lo llevaba a su casa, era el único con quien lo hacía, “le daba confianza” se repetía para convencerse y no sentirse culpable. Jorge ya sabía, antes de ir a la cita pasaba por la callecita cerca al Hospital Loayza y ahí compraba un paquetito. Fumaban y tenían sexo, el mejor sexo parecía, pero no lo hacía seguido, porque Jorge conocía muy bien sus límites y la hierba lo hacía más vulnerable a entregarse a ciertos placeres que se auto prohibía rotundamente. Aunque lo sentía, percibía un placer diferente y cautivante al tener otro miembro rozando el suyo, ambos erectos, mientras él se encontraba sobre la cama, con las piernas casi al hombro, sobre los costados de su amante. Lo disfrutaba, pero lo toleraba unos minutos, cerraba ese orificio, para que no se introdujera nada, pero a la vez se entregaba entre besos apasionados, gemidos. Jorge sentía una especie de catársis, y tenía una inclinación por besar y respirar sobre el cuello de aquel amante-cliente, pero que al parecer, al darse cuenta de su entrega, se recomponía y salía de su trance y su posición, para sacar automáticamente lo más activo de sí mismo. 

 

Un noche Jorge caminaba sobre la Alfonso Ugarte, era tarde pues había hecho un cliente con quien había ido al Paraíso, y se había entretenido bebiendo unas cervezas y conversando sobre la vida en el campo, el calor insoportable, eso si, pero lo calmado que era la vida en el norte. El cliente decidió fumar un poco de hierba, Jorge no aceptó, pero igual el humo invadió toda la habitación. Además, el cliente tenía poppers y a esto sí aceptó, pues tenía un gusto por la sensación de adrenalina que provocaba, además que lo ponía más arrecho. 

 

Por otro lado, la Diabla estaba en la avenida Washington, parada y vestida con una diminuta minifalda y un top apretado. Las tetas que se había hecho en Italia lucían espectaculares, la hacían sentir orgullosa, sobretodo cuando decía que eran prótesis y no aceite de avión.

 

- Diabla, las chicas no te quieren aquí, dijo la Paola

- Las chicas dicen que arruinas la plaza, agregó Fernanda

- Yo no tengo la culpa chicas, respondió la Diabla

- Bueno, maricona, mejor muévete hacia Quilca, por el cine o intenta más allá, todas se van a juntar y te van a reventar la madre, le aconsejó Paola arreglándose el cabello.

- Que pesadas, haré lo que me dé la gana estúpidas, terminó por decir la Diabla.

 

Igualmente ella no quería problemas, sabía lo complicado que era conseguir y mantener una plaza, sobretodo ahora que recién había llegado, pues la mayoría de sus amigas estaban muertas y las restantes se habían quedado en Italia. No tenía más conocidas a las que acudir. Así que tomó su cartera y su fue caminando hacia la calle Quilca. La esquina igual lucia copada por otras chicas, las cuales empezaron a hacer presión sobre ella para que se moviera de ahí. 

 

- Te vas moviendo, maricón tetón.

- Sí, por favor, muevete, aquí estamos completas.

Vaffanculo, solo dijo la diabla

 

Vio que pasando el cine hacia jirón Zepita estaba muy oscuro y además sabía que esa zona es de chuxurus[5], así por ahí no iba a tener mucho éxito. Decidió bajar por Quilca hacia la Alfonso Ugarte, quizá por ahí encontraba algún despistado a quien conquistar. La Diabla se instaló en la esquina del edificio donde funciona el Diario Oficial El Peruano. Se acomodó en la baranda de las escaleras que dan a la puerta principal, esperando. 

 

Jorge en su ruta se percató de una mujer voluptuosa. Se sintió completamente atraído por ella, o era consecuencia de las cervezas, el humo o la resaca de los poppers, quería acercarse pero no se atrevía. Se quedó en la esquina como mirando hacia dónde ir, en realidad se hacía el confundido, esperando algún motivo para acercarse, cualquier cosa. 

 

- Pssss, pssss, hola guapo, buscas algo bueno

Jorge se hizo el indiferente, pero volteaba a verla, quería acercarse, pero la indecisión lo dominaba.

- Ciao bello, porque no vienes. Ven para conversar

- ¿Cómo te llamas? Preguntó Jorge acercándose

- Rita, pero me dicen la Diabla

- Jejeje, ya veo. Debes ser peligrosa entonces

- ¿Tú crees?, Mírame.  Si quieres te llevo al infierno, dicen que ahí uno se divierte mucho

Jorge se acercó más hacia la Diabla y pudo verla de cerca. Parece una mujer de verdad, pensaba, y si es de verdad...

- Te gustan este par de tetas, ¿verdad?

- Se ven bien

- Tócalas, si gustas…

- ¿Ansí?

Jorge acercó su mano y las sintió naturales, no es aceite de avión pensaba. La Diabla aprovechó y le puso la mano por encima de la bragueta. Empezó a manipular su miembro y sentía que tenía una erección. Se acercó más y se lanzó sobre los labios de Jorge, éste no puso ninguna resistencia. Los dos se encontraban sobre la baranda besándose y acariciándose. Jorge en el calor de la excitación metió la mano por debajo de la minifalda, sintió el buen trasero de la Diabla y lo apretaba, lo estrujaba y se excitaba más. Le gustaba como se sentía.

 

- Que rico lo tienes tienes

- Es todo tuyo, papi, disfrútalo 

Jorge sentía mucho placer, y puso su palma sobre la pelvis de la diabla, empezó a bajar y sintió la mano de la diabla encima de la suya empujándola hacia abajo. Jorge estaba desconcertado, era la mezcla de lo que había tomado e inhalado, era el impulso, era la excitación, era ella tal vez. La Diabla lo tenía hipnotizado con sus besos de fuego, Jorge sólo sentía un palo quizás más grande que la suya en la mano.

- Ven aquí mi amor

- ¿Dónde?

- Aquí, aquí

La Diabla prácticamente arrastró a Jorge hacia la derecha de las escaleras, había un espacio que se prestaba para acomodarse y esconderse. Ahí la experta prostituta europea hizo lo que mejor hacía y lo que la volvió famosa en Italia. Le desabotonó el pantalón a Jorge, se lo bajó hasta las rodillas junto con los calzoncillos y de un lengüetazo le abrió el canal. Jorge estaba desconcertado

- ¿Qué haces? Mejor... No... Eso no

- Te va a gustar papito. No sabes lo rico que es mi amor

- Yo, yo

- Shhh, shhhhh amore

La Diabla besaba la nuca de Jorge, mientras le introducía su dedo en ese orificio. Ésta se saca el miembro y se lo coloca a Jorge, quien se apoyaba en la escalera mientras se mantenía parado con las nalgas al aire. La Diabla se mueve y siente venirse...

- Que rico papito, estuviste bien rico

- Ok, si… Ya me voy…

 

Jorge no quería recordar, se encontraba en su cama, tenía que ir a trabajar, pero no le importaba. Se sentía algo desconcertado. ¿Qué había hecho? 

Se levantó y por alguna razón no deseaba caminar por la Alfonso Ugarte nunca más. No quería volver a pasar por esa esquina. No quería ver tampoco esas escaleras. Quería olvidarlo todo, pero el dolor del culo le hacía recordar todo lo acontecido. Esa esquina, esa maldita esquina, donde dicen, al parecer vive una Diabla que ataca de noche. 

 

 

 

 

Dicen que ésta esquina huele como deben oler los infiernos, y debe ser cierto: los rastros negros que ha dejado la Fábrica de gas como una costra maldita no dejan crecer simiente, pues yo, para Lima, la ciudad de mis pecados, soy una mala simiente también. Carretera del gas, Alameda del gas, Alameda Alfonso Ugarte, en Lima todo tiene más de un nombre. A mí, por ejemplo desde los 10 años me llaman Canastón[6]. La Canastón. Me llaman así porque recorro la ciudad entera haciendo mandados con mi canasta, dentro de ella tengo de todo, y está mi vida también. “Canastita de mi alma” es como me dice el hombre que estoy esperando a estas horas. Dicen que en esta esquina hay un Diablo que ataca al caer la noche. Un diablo calato.

 

Por mi figura grácil y mi perfil de señorito, dice mi madrina ña Cecilia, que soy un hijo volado de don Isidoro de I. Ya no me interesa creerlo pero, cuando es oportuno, lo acepto. Todo señorón limeño tiene algún bastardo para confirmar su hombría en esta villa de maricones.

 

Ya lo dijo ese poeta Olaya:

 

“…Infame círculo de alcahuetes eres

Revuelto lupanar de maricones…”

 

A lo que nuestro Chocano respondiera:

 

“Negro grajiento de Colombia oriundo 

Tierra donde nacen maricones…”[7]

 

Siempre pensé que en los grandes salones no escucharía tales ruindades, pero, ya ves, yo que he caminado y camino Lima entera, sé que arriba está más oscuro que abajo.

Nací en el verano de 1895, un día antes de que Piérola entrara a la ciudad por la portada de Cocharcas, a sacar del poder a sangre y fuego al presidente Cáceres. Llegué, como dicen, ‘donde revienta el cuete’. Estamos a julio de 1914 y en este siglo del progreso y de las luces, y de los inventos mecánicos fabulosos, puedes asistir por unos centavos a la sala Fémina para ver la proyección de una carrera de gala en el hipódromo de Santa Beatriz con asistencia del presidente de la República. En Enero. Y en Febrero, por el mismo precio, ver en la pantalla el derrocamiento a balazos… Del Presidente. Vivimos en un cinema, ¡siglo XX, que locura bestial eres!.

 

Recuerdo que cuando tenía 11 años sólo había carpas para ir a mirar las imágenes en movimiento. Yo me escabullía en la carpa y dentro me dejaba acariciar las posaderas por los viejos viciosos a cambio de un helado imperial de don Pietro D’Onofrio. Me pierden las golosinas.

 

Hoy por la mañana pasé por la casa Maggiolo en la plaza de San Francisco y compré dos chocolates Tobler. Uno para mi y otro para el Diablo calato. ¿no sabes quién es? Déjame que te cuente: es un bandolero y me adora. Es el terror de la Alameda Alfonso Ugarte. Creo que la cárcel nueva aquí cerca la han inaugurado especialmente para él. Pero no lo creas tan malo. Odia la injusticia. Roba al que exhibe. No hay rico bueno, es su lema. Los mocitos del cercano colegio de Guadalupe lo reverencian en secreto. Yo también hubiese querido estudiar en ese precioso edificio tan nuevo y brillante. Lástima que la avenida aún se halle tan sucia de desmonte y desperdicios a pesar del colegio. Es tan temida esta vía que salvo el tranvía, que la cruza en una esquina, nadie se atreve de ir desde la plaza Bolognesi a la de Dos de Mayo a pesar de que las une. 

 

Empieza a rayarse de oscuridad el cielo color panza de burro de Lima. Repaso mi atuendo para cuando el Diablo llegue. Camisa a lo Byron, tweed cap, que asi le decía un marinero de San Francisco que me la regaló a cambio de tocarle la trompeta. Llevo polvos de arroz en el rostro. Tengo dos tesoros en mi canasta mágica: una barra para darle color a mis labios. Elizabeth Arden. Que llevo envuelta en papel de seda y un frasco de perfume Santa Rosa de Lima. Giraud. París. Es casi un boudoir de cortesana mi canasta. Y me gusta. Fueron obsequios de mis amigas tarambanas que llegaron el año pasado a revolver la tres veces coronada villa. 

 

La princesa de Borbón, como la llamarían luego los diarios y hasta la revista Variedades, se cruzó en mi camino mientras salía del jardín de Estrasburgo, el lugar más elegante de nuestra capital, iba espléndida como Asta Nielsen[8], seguida de otra dama no menos llamativa. Me clavó la mirada e hizo un gesto para que me acercara a su presencia. Tenía un extraño acento al hablar:

 

- Eh, chamaquillo, ¿tu chamba son los mandados?.

- A sus órdenes, madamita.

- Búscame en el Grand Hotel Maury. Soy Ignacia de la Torre y Mier. Órale.

 

Algo se me hacía misterioso en esa dama de ojos grandes. Pregunté a un viejo mozo quechua del Jardín:

 

- Canastón, niñachay, la señorita de la Torre pertenece a la mejor sociedad mexicana y está aquí de visita antes de partir a encontrarse con su padre en el exilio en la Argentina. La desdichada joven se ha visto arrebatada de buena parte de sus haciendas por los “revolucionarios” de su Patria. Ni permita Dios que esos vientos corran por el Perú.

Dejé un encargo en casa del doctor José y acudí presto al Maury. Afuera me esperaba, bajo los balcones, la otra dama que acompañaba a la millonaria. 

 

- Camuñe, me dijo, este hotel tendrá timbre y luz eléctricos pero qué costumbre la de ustedes de fumar como carreteros en todo lugar ¡canejo![9]

- Buenas tardes yo vine por…

- Si, si, vamos al salón. Eh, la Bella Otero, tanto gusto no hay de qué …

 

Me sorprendió por su energía. Luego del salón subimos a la habitación y ahí me enteré de la verdad al despojarse del moño la señorita Ignacia. ¡Eran hombres vestidos de mujer! Ilusión perfecta. La millonaria mexicana era Luis Fernández, gallego pero inmigrante hace años en Buenos Aires. La Bella Otero no me quiso decir su nombre real.

 

- Culpiano. En el nombre lleva la expiación de sus pecados, me susurró Luis/Ignacia en un descuido de su amiga.

 

Eran amigas y cómplices. Solo con verme me habían identificado como uno de “la cofradía”. Los invertidos. Habían llegado para hacer negocios según me contaron vagamente. Necesitaban información de toda la aristocracia limeña. Exclusivamente de los señores. Los cogotudos, como les decimos aquí. Y dónde y a qué hora podían reunirse con el gran mundo. Preferían salir al atardecer, al caer el sol. Recorrimos el Jirón de la Unión. Siempre con grandes sombreros recargados y guantes en todo momento. Tenían mucha gracia al caminar, casi parecían limeñas.

Al pasar por la redacción de Variedades. Don Manuel, el dueño de la fotografía Moral, conocido tenorio siempre a la puerta de su negocio, se sacó el sombrero y canturreó:

 

Tus ojitos que contemplo con delirio

yo los quiero y los adoro con empeño,

tienen la palidez de mi martirio

y la dulce mirada del ensueño.[10]

 

Luego entramos en la casa Welsh y los dedos de la Bella Otero tamborilearon sobre las vitrinas exquisitas. Avanzamos al Palais Concert, el reciente orgullo de la ciudad. Las damas vienesas tocaban a Strauss mientras nos dispusimos a tomar chocolate del Cusco. La conversación me abría los ojos a otros mundos.

 

- ¿Sabes por qué me llamo así? Ignacio de la Torre y Mier era el esposito de la hija de don Porfirio Díaz, presidente de México ya derrocado por la revolución. ‘La bola’ como le dicen. Pues el yerno fue encontrado en una bacanal de maricones, chulos y coquetones, y todos con vestidos, plumas y frac dieron a dar a chirona. 42 palomitos. Perdón 41. Nachito se salvó por ser quien era. Y como sé todo este intríngulis, pues me lo contó un diplomático mexicano que conocí en Buenos Aires y a quien desplumé como a un pollo… dijo la señorita Ignacia mientras probaba un guargüero.

- Que nunca falte un gil, che papusa…exclamó la Otero.

- Y a usted la llaman la Bella Otero…he escuchado ese nombre antes…

 

“He estado en París, donde bailé en los cafés-conciertos, dándole mucha 

envidia a otra mujer que usa mi mismo nombre para hacerse pasar por mí”[11]

 

- Me puse La Princesa de Borbón en honor a la Infanta que visitó la República Argentina cuando celebramos el centenario de la revolución de Mayo. Pero al lado de esa mujer que parece haberse morfado[12]media vaca con papa frita yo soy la maja de Goya…

- Yo quisiera verme un día como ustedes. 

- Criatura celestial, ganarás más así con ese traje hermoso y sin cargar la canasta aquella, por favor … 

- En Río de Janeiro serías un menino bonito en la Plaza de Tiradentes donde hierven de deseo los caballeros pederastas. Los gouveias. Te pagarían buenos reales ahí al pie de la estatua del emperador Pedro I. Ahora si tenés picardía y audacia para yirar, hacelo. Y no digas que vas de mi parte porque los sherlock cariocas me a-do-ran. Carcajeó.[13]

- Larga cháchara y buena mesa. Que Perú eh, como se goza aquí. Demos un paseo más.

 

Salieron de la afrancesada confitería. Las dos damas y su joven cicerone avanzaron hacia la plazuela Zela.

 

- Me gusta ésta Lima. Creíamos que no recuperaría sus grandes días después de la guerra. Aunque la Reina ahora es mi Buenos Aires…

 

Canastón miraba con orgullito el recién inaugurado teatro Colón, pequeño y lindo con su cúpula como una bombonera. El edificio del señor Giacoletti, con su anuncio enorme de Cinzano encima. Tan bello que ni el fuego podría con él. Ahí compraron frutas de California y confites.

 

Durante varios días me encargué de los mandados, pequeñas compras y recados e invitaciones a tomar el té para la señorita Ignacia.

Supe que hubo un agasajo en los salones del hotel Maury donde la princesa conoció a tout Lima. Al día siguiente una fiesta en la Quinta Heeren a donde acudieron varios ministros de Estado. Al parecer el ministro señor M. se encantó de la aristócrata mexicana víctima de Pancho Villa y los calzonudos, y, faltaba más, se encontraron en el soberbio banco del Perú y Londres en la calle Melchormalo, para socorrer a la distinguida extranjera quien a su vez, con voz suave, prometía un rendez-vous más íntimo.

 

Nuestra última salida fue la más atrevida. Para ello me convencieron de hacer la metamorfosis. Me desnudaron completamente y una a una me fueron colocando prendas de damisela. 

 

- Casi no necesitas corset, chiquilla.

- Y mira que lindas piernas.

 

Las manos hábiles de la señorita Ignacia exploraron cada rincón de mi cuerpo… cuando me colocaron los afeites, la bonita peluca y una sarita[14]con velo color rosa me guste. Una auténtica muñequita de biscuit.

Abordamos un coche de plaza y llegamos a la estación del tranvía en la Exposición. Partimos al Barranco. El calor de diciembre anunciaba el verano. Nadie notaba el engaño. Luego de un vistazo a los palacetes del balneario , bajamos a la playa en el funicular. Mis nuevas amigas parecían incansables. Frescas y en salud como las lechugas. 

 

- Ustedes son un portento de salud.

- Salud con esto…

 

La Bella Otero extrajo de su bolso una pequeña botella y me invitó a beber su contenido en la tapa. Vin tonique Mariani a la Coca du Perou.[15]

 

- Bebe despacio, nena, que pronto será prohibida ésta delicia que repara hasta a la divina Sara Bernhardt.

 

Llenas de vida, calor y cocaína, recorrimos la playa con nuestras sombrillas abiertas por la brisa. Algunos pescadores sonreían a nuestro paso y levantaban unos vasos. Brindaron con chicha de jora a la Bella Otero quien no dudó en acercarse a los hombres.

Para corresponder el brindis con esa extraño fermento para ella, improvisó una varieté…

 

Arza y toma!

Yo tengo un minino 

De cola muy larga

De pelo muy fino

Si le paso la mano al indino

Se estira y se encoge de gusto el…minino…[16]

 

Los pescadores nos rodearon al concluir el cuplé y me invadió un estremecimiento. Yo ya había dado cuenta de una paliza que me propinaron unos gandallas en el parque Matamula y de un gendarme que al verme pasar gritó: Tonsura. El viejo castigo a putas y mariquitas: raparnos la cabeza a cero. Cuando los hombres de mar empezaron a aplaudir y a carcajear con venias y besos volados no quedó espacio para resquemores. Ignacia volvió a ser la Princesa de Borbón, reina de las noche del puerto de los Buenos Aires con una canción de allá. Tango le llaman. Lo he escuchado en un disco en el burdel de la Mercedes Medrano. Música de lupanar en efecto. Me gusta.

 

Soy la morocha argentina

la que no siente pesares 

y alegre pasa la vida 

con sus cantares

soy la gentil compañera 

del noble gaucho porteño 

la que conserva el cariño 

para su dueño…[17]

 

Cuando llegó mi turno como nacional y para no quedar mal ante mis paisanos recordé rápidamente a Montes y a Manrique, han sido un furor desde que regresaron de la Nueva York, como aquella noche en el Olimpo cuando hicieron llorar hasta al mismísimo presidente Leguía cuando cantaron Arica. Yo fui uno de los que los alzaron en hombros para salir del teatro. Preciso, el más guapo pescador pidió: ¡el agüilla!

 

Somos los niños más engreídos 

en esta noble y bella ciudad 

Toditos somos muy conocidos 

Por nuestra pura vivacidad…

 

Pásame la agüilla, la agüilla,

la agüilla

Yo no te la paso cholito ni de raspadilla…[18]

 

En ese momento los hombres del mar empezaron a bailar con las féminas, alguien trajo una guitarra y unas viandas de escabeche de bonito como por arte de magia. Corrió la chicha. Achispada me mandé con una canción que aprendí en una fonda de Abajo el puente

 

Soy peruana, soy limeña 

Caramba, soy la flor de la canela…[19]

 

Antes de caer el sol por completo y después de la orgía volvimos saciadas por la playa para retomar el funicular. La Bella Otero revisaba un aro de plata, recuerdo involuntario de su galán de media hora… La princesa sonrió y recordando su lengua gallega exclamó:

 

- “Aínda que me botes os cans ó rabo, léveme o demo se deixo o nabo”.[20]

 

Para cuando estalló el escándalo de los ladrones travestis en la revista Variedades ya mis amigas habían huido del país. Fue uno de los últimos escándalos del gobierno de don Guillermo Billinghurst. Ese diciembre de 1913. Para febrero de 1914 ya no había Presidente. El Congreso había ganado la pelea. Me caía bien Pan Grande[21]. Aunque cuando fue alcalde de Lima me derrumbó mi querido callejón de Otaiza donde nos divertimos tanto con los chinos macacos coolies tan sabidos, oye. Creo que soy billinghurista o fue la influencia del señor Abraham. Tengo la costumbre de ir hasta el Correo Central entre compras y mandados, a jugar metiendo la mano en la boca del león de bronce de la fachada. Me causa gracia. Así me trata mi ciudad, puede que me devore o no. Jugando no me percaté que don Abraham estaba de pie a mi costado con un sobre esperando para depositarlo. Me sonrió y me llamó efebo. Yo no sabía que significaba aún.

 

A los días me lo volví a encontrar en el patio de la casa del doctor José en la calle de Lártiga donde siempre hacia alguna compra por encargo de la cocinera. Don Josesito, nadie podría llamar así a uno de los hombres más ricos de la ciudad a pesar de su juventud y de su título de doctor pero por mis gracias y por saber todos sus gustos ytraérselos desde donde fuere necesario me gané su aprecio. Don Abraham se había vuelto muy conocido. Apreciaba su desparpajo afeminado. Por el aprendí a arreglarme las uñas a la polissoire. También  a escuchar discretamente y aprender en las tertulias donde yo fungía de valet. En las casas elegantes donde se realizaban yo atendía los requerimientos de empanadas de picadillo y café de Huánuco de la dulcería Rossi o debía correr hasta Broggi a encargar un ambigú o un lunch para quienes discutían los destinos del Perú…o repasaban las honras de las grandes familias. No puedo comprender todo pero estoy de acuerdo con la defensa de la clase obrera y el abaratamiento de las subsistencias, (lo sé yo que recorro los mercados de la Concepción, del Baratillo, de la Aurora y hasta el de la Recoleta).

 

Ay, Lima puedo escuchar cosas fabulosas, del aristócrata y del artesano, y conozco todos tus recovecos y pecados, sucia. Te puedo decir hasta lo que come y bebe el nuevo presidente, el generalote usurpador, café a todas horas, ah, y su esposa es guapísima. 

Una noche en casa del señor Fernandini, que brilla de nueva, todo un palacio y con una máquina que te lleva al piso superior,  escuché mientras atendía el comedor:

 

- Dicen que cuando los serranos buenos mueren vienen a Lima.

- ¿Y si son malos?

- Se quedan en la sierra, por supuesto

- ¿Creí que el único Wilde mestizo era yo? Apuntó el señor Abraham y las carcajadas se multiplicaron.

 

Otra vez en una tertulia mientras yo servía café y cognac, los señoritos rojos de risa, escuchaban una obra de teatro secreta del señor Leónidas Yerovi leída por él mismo, era un Don Juan Tenorio picaresco que me hacía disimular la carcajada de tanta “pinga, puñeta y maricones". Me hicieron leer la parte de Doña Inés para aumentar su goce risueño.

 

“Daría mi salvación/ si ya no lo he comprendido/ ¡Ay, Don Juan, te han convertido/ de repente en maricón!/ Tal es el poder del nabo:/ con sus férvidos placeres/ nos subyuga a las mujeres/ y hace del hombre un esclavo/ Y sola aquí ¿yo qué haré?”

 

Esas palabrotas jamás las oiría del doctor José, quien últimamente me observa con ojos húmedos. No es mal parecido pero jamás se atreverá a pedirme un beso. El señor Abraham es más abierto a cariños y roces en privado. En público es una divetti. Ambos están ya en las Europas, viajaron juntos. El señor Abraham se sorprendió la madrugada cuando lo encontré en la casita de Grimanesa Montero, pero no había ido a buscar amor de tarifa, si no a encerrarse entre paredes empapeladas y muebles color rojo a fumar el opio. El mismo opio que éste humilde fámulo provee a pedido en su canasto. Los alcahuetes y los mataperros no son buenos para estos encargos de los clientes, se burlan de los orientales, les tiran de las coletas y les llaman “chino maricón", en cambio yo tengo las puertas abiertas en garitos, lupanares, y yinkens[22]. En tambos, chinganas y chicheríos. Mi juventud y mi trato suave no me hacen pasar por un veinticuatrino[23]tal por cual. Los faites[24]me conocen. Alguno me pretende. Otro me cobra el doble. Yo saco partido y obtengo el “vicio amarillo”. En Lima compiten la neblina de sus mañanas con la nube de opio de sus noches.

 

Y en algunas de sus noches, las madamas me emperifollan y me perfuman para atender las mesas. Hay clientes que desean mi compañía, entonces, con discreción  les acompaño con una copa. Piden Oporto para ambos pero a mi me traen agua con chancaca y canela. Por una modesta comisión les hago ordenar y beber hasta quecuando el bostezo me gana me retiro o dejo que me acaricien las piernas debajo de la mesa. 

 

- ¡La Canastón de chuchumeca![25]Bramó una vez una nena a la que apodaban La Aguantarifles. Gajes del oficio.

- Únicamente a ti, Rosa Elvira Moreyra y Paz Soldán de Lavalle se te ocurre traerme por el parque de los garifos.

- Cuando me dices Rosa Elvira suenas como la Madre Marie del colegio. 

 

Enriqueta Sánchez-Concha y Osma de Valera disimuló con una risita sus resquemores aquella mañana de julio de 1914 al pasear por el parque Neptuno o Parque Colón, bueno en Lima todo tiene más de un nombre, la prensa llama garifos a los holgazanes y mataperros que pululan por este lugar al atardecer.

 

- Queta, ¿te acuerdas que triste era este jardín cuando éramos niñas?

- Tristísimo Viruca, después de la guerra, según me cuenta mi mamama Antuca, los chilenos se llevaron todo lo que pudieron, incluido el Neptuno de la fuente, y mira tú, recién hace poco la Municipalidad volvió a colocar una copia de la estatua.

- El mismísimo Ricardo Palma que en paz descanse, le contó a mi suegro que sobre el arco romano de la entrada estaba una República, divina, divina, y también terminó en Santiago, comentó Queta.

- La de nunca acabar, querida, aunque a decir verdad los limeños nos bastamos solos para destruir nuestra hermosa ciudad. Fíjate ahí, sola y triste la silla presidencial sin la estatua del presidente Candamo volada de un dinamitazo por uno de esos anarquistas…

- Como este parque es de acceso libre, la plebe lo toma como su club…

- Bueno, todos tenemos derecho a la belleza ¿no crees? ¿Que opinas tú, Canastón? 

 

Canastón, que acompañaba a las damas en su recorrido cargando algunas compras hechas por ella en su consabida canasta, sonrió y les contestó:

 

- Yo creo, con su venia, damas patricias, que un pueblo feliz hace un país feliz…

 

Queta y Viruca sonrieron satisfechas por el piquito de oro de su joven paje de compañía y recados.

 

- Un pueblo que lee, aprende modales y se civiliza tiene nobles sentimientos. Observen ustedes esa pequeña construcción, es la biblioteca obrera Ricardo Palma, ahí se cultiva el jardín del espíritu del artesano y el obrero…

 

Las señoras ya no le escuchaban preocupadas en no ensuciar la perfección de su trajes a la última de Paul Poiret, ya que la única revolución que les importaba en ese momento era la eliminación del corset y lo que llamaban “sacudirse la crinolina".[26]

 

(Si estas encopetadas supieran que el que voló la estatua fue un marido mío y que en la dichosa Biblioteca se complota para lograr la jornada de las ocho horas de trabajo, se caen de culo. Pensó Canastón.)

(Acabáramos con el mariquita), reflexionó Viruca, ajustando sus guantes de Preville recordando su existencia. Estos siempre dan que hablar: 

 

“A título de que no parece hombre, lo aceptan en sus reuniones, cosen al lado suyo, le encomiendan sus compras, se hacen llevar por él el libro o la alfombrita de misa, y tienen unas confianzas que a veces hacen decir a las viejas marrulleras: Niña, no te juegues tanto con Clavelito. Este maricon siempre tiene nombres de flores: Diamelita, Clavelito, Jazmín.”[27]

 

O canastón.

 

- Queta, mira ahí con disimulo.

- ¿Dónde?

- Cerca al Instituto de Higiene.

- Ah, claro, la alemana esa extravagante  que apoya a los indígenas…

- Dora Mayer. Dijo Canastón.

- Sí. 

- La señorita que la acompaña se llama Miguelina Acosta, ha estudiado en Europa y es hija de un cauchero adinerado, siguió  informando Canastón.

- Sí, sí, se le ve algo de chuncha…Europa mmmmm

- Viruca, por Dios, templanza, eso aprendimos en el Belén. No me vas a decir que esa señorita va a aparecer a nuestro lado en el Libro de Oro de Welsh. 

- Las veo muy animadas. Juntitas. Quizás algo sáficas.

 

Queta carraspeo acercando a su nariz un pañuelo empapado en la Cologne Imperial de Guerlain.

 

- Defender indígenas. Meterse a conversar con panaderos y artesanos. Ir a votar en este país donde basta darle pisco y butifarras a los hombres para elegir Presidentes. Mi lugar es mi hogar.

- Perdóname, pero yo aprecio que las mujeres vayamos a estudiar a San Marcos y participemos de la vida nacional. Apoyo a las sufragette de London. Deeds not words.[28]

- Veo que están dando frutos tus visitas a Entre nous[29]…Crei que solo ibas  a enterarte de las vidas de las peruanas en Madrid o París. Sabías que la hija del general Cáceres…

- ¿Zoila Rosa?

- Sí, y dime si no hay un nombre más bobalicón, mucho Paris pero se casó con un poeta de esos que beben ajenjo con jovencitos como Canastón…

- Ay, pobre. Bueno tú también  has ido a Entre nous…

- Me quita un poco el esplín, hija, además que coincidencia, lo fundó la Benavides y ¡Casada con el primo! Es ahora esposa de un Presidente.

- Basta ya, estoy exhausta. Canastón, lleva todo a casa y si ves una frutera por el Jirón de la unión llévame chirimoyas… Ordenó Queta.

- Crucemos al Restaurante del Zoológico, ahí nos espera Elías, anda preocupado por esa guerrita en Europa, ¡ay, los esposos!, son como las perlas, tienes que usarlas así no te gusten para ser una mujer respetable en Lima.

- Siempre te han gustado los cocktail de fresas del Restaurante del Zoológico, mi amada inmortal…

- Baja la voz.

 

El día que me decida a contar todo lo que veo, oigo y callo de la Ciudad de los Reyes, ni en cien años me creerían. 

Diablo calato apareció de pronto con sus ojos amarillos y su insolencia de sacalagua[30]. La Alameda del gas ya estaba desierta. Canastón le puso en la boca un pedazo del chocolate que la había comprado.

 

- Goyito, estás hecho un panadero  con ese polvo en la cara.

- Detesto que me digas asi…

- Perdone, vuecencia, señorito Gregorio.

- Tómame…

- ¿Otra vez aquí?

 

Quiso el hado que un comisario con un par de soplones del Gobierno estuvieran a la caza de conspiradores en los alrededores. El bandolero era un perfecto trofeo. Al afeminado podrían dejarlo colgado de un árbol, que nadie lloraría por él.

 

 

La Princesa de Borbón siguió su vida trashumante en las grandes capitales de América del Sur. Luego apareció alguien cantando:

 

Mataron al maricón

Allá en Chile tras los Andes;

el famoso Luis Fernández

¡mi vida!

“La princesita ‘e Borbón…”[31]

 

Pero fiel a sí misma, resucitó ella o su nombre años después en un diario de Montevideo. La verdad es siempre un albur.

 

La Bella Otero se diluyó en las calles de Buenos Aires pero dejó en un trabajo médico testimonio extenso de su vida y unos versos para deleite del futuro:

 

“Muchachos míos téngalo tieso/ que con la mano gusto os daré. / Con paragüitas y cascabeles/ y hasta con guantes yo os las haré, / y si tu quieres, chinito mío,/ por darte gusto la embocaré./ Si con la boca yo te incomodo/ y por la espalda me quieres dar,/ no tengas miedo, chinito mío,/ no tengo pliegues ya por detrás. / Si con la boca yo te incomodo/ y por atrás me quieres amar,/ no tengas miedo, chinito mío,/ que pronto mucho vas a gozar’”.[32]

 

Abraham terminó en los billetes de su país y leído en todas las escuelas. Encontró a un hombre amado llamado Artemio Pacheco quien le acompañó hasta su temprano final. Se callaron sus pasiones y se inventaron muertes grotescas para él.

 

“Yo no soy un escritor. Un escritor es un espíritu para cual la Naturaleza es bella a través del lenguaje. Yo soy un artista, es decir, un hombre para el cual la Naturaleza es bella en su aspecto y en su sustancia, en su unidad… El escritor copia un aspecto de la Naturaleza; el artista es un pedazo de la Naturaleza”.[33]

 

El doctor José se fue a Europa y volvió con un hombre amado: Everardo. Pero el precio de esa pasión lo pagó volviéndose un muro colosal de conservadurismo y rezos. 

Siempre rico, no desamparó a su hombre en el testamento. Everardo le amortajó y le colocó sus preciadas medallas en el pecho como último acto de amor. O de gratitud. 

 

Viruca vivió lo suficiente para ver a las mujeres votar en 1956 y alguno de sus nietos le comentó que Anita Fernandini había sido designada alcaldesa de Lima: “esa beata del carajo”. Dijo. Pero el Alzheimer no le  alcanzaba para recordar a Queta.

 

Queta se divorcio en medio de un escándalo en su círculo social y dejó Lima para siempre. Se instaló en la costa del norte a ver todas las tardes los trenes cargados de caña de azúcar y los crepúsculos de Puerto Eten. Murió frente al mar tomada de la mano de Toya, su chiclayanita.

 

La Canastón encontró muchísimos años después como su historia terminó reducida a anécdota en un libro sobre la ciudad. Nadie supo que aquel anochecer en la Alameda del gas, pagó con oro su libertad. Monedas de oro en manos de aquel comisario que terminaría narrando un mal chiste de lo sucedido. Su Diablo calato murió en un duelo con otro guapo poco después. Canastón siguió su vida con muchos amores y criando una pequeña niña quien a su vez le cerró los ojos la mañana del 28 de julio de 1980. En un arcón lleno de polillas encontró la vieja canasta con unos pañuelitos viejos y resecos con rastros de perfume. Dio a dar al ropavejero semejante cachivache.

 

Jorge, siguió evitando esa esquina de la Alfonso Ugarte, pero cuando bebía o estaba acelerado pasaba por ahí, esperando encontrar a la Diabla, pero sólo cuando él quería o lo sentía. Siguió fleteando en la Plaza San Martín y cuando se puso de moda las aplicaciones, empezó a recurrir a las páginas de scorts o de ligue para ofrecer sus servicios, incrementando el número de sus clientes. Nunca habló de la Diabla ni tampoco volvió a salir con su colega Pablo. 

 

“Para vivir en el futuro basta que un alma nos comprenda”[34]

 

 

Bibliografía

 

Ascher, E. (1974). Un Mariquita… Pegado a la ley. En: Curiosidades Limeñas, (pp. 64-65). Lima: Servicios de Artes Gráficas.  



[1]Fletear, palabra que significa ejercer el trabajo sexual. Flete significa, trabajador sexual masculino. 

[2]El cine teatro Ritz abrió en mayo de 1935. Ubicado a media cuadra de la Plaza Bolognesi, y se menciona que en los último años se le ha renombrado como ‘Alfonso Ugarte’, por la avenida en que se encuentra. Ver: https://bit.ly/35uMCNb

[4]Palabra en italiano que significa Investigación. 

[5]Término para referirse a mujeres biológicas

[6]El personaje se inspira en la historia “Un mariquita… pegado a la ley” que narra Ernesto Ascher en su libro “Curiosidades Limeñas” (1974). 

[7]Adiós a Lima”, poema de Gabriel Olaya Zanabria con respuesta del poeta José Santos Chocano, fechados en 1908.

 

[8]Actriz danesa. Una de las primeras estrellas internacionales de la cinematografía.

[9]Camuñe: muñeca en lunfardo. Canejo: interjección equivalente Carajo. También en lunfardo. 

[10]“Tus ojos” Vals peruano D.R. grabado en 1911 por Montes y Manrique. 

[11]Testimonio de Culpiano Álvarez “La Bella Otero”. Ver: https://bit.ly/38WenRh

[12]Morfar significa comer en lunfardo. 

[14]Limeñismo por sombrero ‘canotier’. 

[16]Fragmento del “Tango del morrongo", https://bit.ly/2UsQU1s

[17]Fragmento del tango argentino La morocha (1905), https://bit.ly/38KyDVx

[18]Vals peruano de la “Guardia vieja”, https://bit.ly/3pq8LEF

[19]Antigua marinera recopilada por Rosa Mercedes Ayarza, https://bit.ly/36AJ0J4

[20]Refrán en lengua gallega. «Aunque me eches los perros al rabo, me lleve el demonio si dejo el nabo».

[21]Apodo dado al Presidente Guillermo Billinghurst. Ver: https://bit.ly/2K5MKKV

[22]Establecimiento para fumar opio en la Lima de principios del siglo XX. Ver: https://bit.ly/38KTo3I

[23]Holgazán. 

[24]Tipo duro. 

[25]Peruanismo para prostituta.

[26]Americanismo para “ponerse a la moda".

[27]Descripción hecha en Lima, Unos Cuantos Barrios Y Unos Cuantos Tipos: Al Comenzar El Siglo XX (1907) de  Abelardo Gamarra.

[28]Hechos no palabras. Lema de las sufragistas inglesas. 

[29]Sociedad artística intelectual femenina fundada en Lima a principios del siglo XX. 

[30]Estereotipo racial afroperuano. 

[31]Copla recopilada por Nicomedes Santa Cruz. Ver: https://bit.ly/38FurXj

[32]Ibid.

 

[33]Extracto de entrevista a Abraham Valdelomar en el diario El Tiempo de Chiclayo (publicada el 28 de julio de 1918). Ver: https://bit.ly/2JYXYAP

[34]Abraham Valdelomar. Del libro “Holocaustos”. Referencia: https://bit.ly/2Uvamux

Fuente de imagen: https://andina.pe/agencia/noticia-clausuran-cines-difundian-peliculas-pornograficas-pese-a-prohibicion-551249.aspx  

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