Romina
de las Mercedes Álvarez-Calderón y Osma de Berckemeyer
Hace poco estuve de viaje por cuatro países, dos de África del sur
y los otros dos de la parte central. Uno de ellos fue Rwanda, país al cual
deseaba conocer desde hace muchos años atrás, para ser exactos desde que tuve
conocimiento del evento nefasto del genocidio. Aparte de ello, entre el 2010 y
2011 estando en Holanda por motivos de estudios, tuve la suerte que en mi
programa tuve un colega de Rwanda, el cual me contó la historia de ese terrible
acontecimiento.
Luego de aquellos estudios, mantuve contacto con mi colega, al
cual en medio de cervezas siempre le decía que llegaría en alguna oportunidad a
Kigali. En nuestra cuenta de WhatsApp, mi seudónimo era “The Queen of the
Universe”, y así iba enterando a mis amigos de los lugares en donde me
encontraba. En un mes determinado me reportaba desde El Cairo, y a luego de
medio año me reportaba desde Bangkok, y así sucesivamente. Mi amigo de Rwanda
de verdad creía que era “The Queen of the Universe”.
No fue sino hasta el día 4 de enero del 2018 que tuve la grata
oportunidad de aterrizar en Kigali, llegando desde Dar Es Salaam, donde había
recibo el año nuevo. Mi amigo de Rwanda tuvo la gentileza de recogerme, lo cual
fue genial, pues no hay como abrazar a un viejo amigo, no hay como encontrar ese
apretón de mano, esa sensación de seguridad al llegar a una nueva ciudad.
Tuve una grata y calurosa acogida, fuimos a conversar de tantas
cosas, a ponernos al día de tantas vivencias, tantas circunstancias, tantas
historias, y claro también a planificar la estadía, las recomendaciones de
visita, los lugares que hay que visitar. Me sentí en casa desde el primer
instante.
Los días que estuve allí, tuve la oportunidad de conocer la zona
oeste que comparten con Congo, el lago Kivu; y de ahí la zona este que
comparten con Tanzania, el parque nacional Akagera. Claro, el país es pequeño y
se puede disfrutar en pocos días de las diferentes áreas del país.
Norte, sur, este, oeste, diferentes puntos, pero la sensación
central que quedó en mi corazón fue la de seguridad y familiaridad con la que
me sentí en dicho país. Me conquistó la familiaridad ya la sencillez de la
gente, su trato, su felicidad, la cual pude percibir en las calles de Kigali y
en las carreteras del interior del país. No cabía en mi cabeza que un
acontecimiento de la magnitud del genocidio había acontecido allí mismo, en
esas mismas calles hace más de 20 años. Qué recuperación, pensaba yo.
Contemplaba con mucho agrado cómo ese pueblo había superado ese acontecimiento,
pues no encontraba señales de violencia en espacios que normalmente suelen ser
caóticos aquí por ejemplo: las paradas de autobuses, los mismos buses o los
lugares de divertimiento. Estuve feliz.
Si tuviera que quedarme con una imagen de Rwanda, me quedo con las
imágenes de las carreteras, de ida hacia el lago Kivu y de regreso del parque
Akagera, pude contemplar con gran agrado las numerosas personas que usan las
carreteras como aceras. De camino al lago, contemplé numerosas personas con
viandas de vegetales y frutas sobre la cabeza que se dirigían hacia los
pequeños mercados locales, eran agricultores, me dijo mi colega, que los lunes
y viernes llevan sus productos para la venta. Eran básicamente pequeños
agricultores, que luego de asegurar la cantidad para el consumo familiar se
disponían a llevar el resto al mercado. La escena me encantó, y claro que me
dejó muchas preguntas, las cuales trasladaba a mi colega: ¿Qué porcentaje de
personas se encuentra relacionada a la agricultura? ¿Todos cuentan con parcelas
propias? ¿Se ha introducido la tecnificación? ¿Existen experiencias de
cooperativas organizadas? Las respuestas fueron que un poco más del 90% de la
población en Rwanda se encuentra vinculada a la agricultura, y sí son pequeño
propietarios, y se cuentan con algunas experiencias de organización de
cooperativas y de tecnificación.
Aparte de ello, fue el uso de la carretera, los autos están
prohibidos de acelerar justamente para evitar accidentes, y es una regla que es
acatada pues me tocó vivirlo en auto particular y en otro público.
La gente camina, camina mucho, largas distancias, ¿será por ello
que mantienen ese físico extraordinario? ¿Será por ello que lucen tan
saludables, teniendo en cuenta que Rwanda es un país montañoso?
En mi camino a Kigali del parque nacional, el viaje fue por la
tarde y las escenas fueron más de personas regresando de actividades como la
iglesia, o de reuniones comunales, ¡era domingo claro!
Aquí presté más atención en la gente, era más diversa por
supuesto, había sí pero no eran el común, agricultores o personas exclusivamente
en faenas de trabajo. Las observaba, las contemplaba, y si bien no me acerqué a
intercambiar palabra alguna con algunos, pude conectarme e imaginar sus
historias. Esa pretensión de imaginación siempre me ha parecido una virtud que
he tratado de cultivar por diferentes medios, desde la formación profesional
hasta la inducciones en las prácticas shamánicas. Ese querer ver más allá, ese
descubrir lo que oculta la apariencia es un habilidad que siempre he tratado de
perfeccionar, no sé si con certeza, pero al menos me deja una sensación de
felicidad y satisfacción.
Captó mi atención las personas que usan bicicleta para transportar
de todo, desde bidones de agua hasta a los propios familiares, leña, entres
otros enseres. Me gusto ver el uso masificado de dicho transporte.
Al mismo tiempo me vino otra pregunta, que luego repliqué a mi
colega, ¿no hay servicio de agua potable, porque vi muchos niños transportando
agua en grandes, medianos o pequeños bidones? Esa zona están actualmente bajo
trabajos para entrega de agua potable, me respondió mi colega, funcionario del
Gobierno claro. Por ello yo desde que aterricé en Kigali no dejé ningún día de
hacer pregunta tras pregunta, que incluía salud y niveles de escolaridad,
teniendo en cuenta el gran porcentaje de población rural que tiene el país.
Regresando a mis imágenes, me preguntaba ¿Estas personas regresan
a sus casas a hacer qué tareas? ¿Son felices? ¿Sienten que todos los días es lo
mismo? ¿Qué expectativas tienen, qué sueños poseen, qué esperan de ellos mismos
y de su patria? Los niños que vi, era evidente que ayudan en las faenas de la
casa, pero ¿Tienen tiempo de jugar, de encontrar un momento de diversión? ¿Irán
a la escuela? ¿Tendrán cuadernos donde escribir, un lápiz con el cual hacer sus
trazos? ¿Los jóvenes que vi en sus bicicletas, así se ganan la vida? ¿Les gusta
sembrar la tierra? ¿Si tuvieran la oportunidad de vivir en la ciudad, lo
harían?
Tantas preguntas, muchas que llegaban y me rodeaban, quería bajar
y preguntar, tomar fotos, compartir, pero el chofer debía cumplir con el
horario. Al final lo que me imaginaba era que sean felices, que encontraran
satisfacción en sus vidas, que tengas las oportunidades que toda persona
merece, que su país pueda brindarles ese soporte para esa felicidad.
Llegué al hotel, cansado, pero feliz, muy contento, por haber
tenido la oportunidad de ver ese lado feliz, sano y recuperado de Rwanda, ya
había llorado luego de la visita del Museo de la Memoria, y luego de esta
jornada tenía más bien una sensación de esperanza, de reconforte.
La última noche, cené con mi colega y su familia, cocina casera
rwandesa, y unas copas de vino. Le comentaba mi sensación de su país y me
explicaba más detalles. Al final de la cena, nos abrazamos, nos despedimos
calurosamente, aunque su niña de casi 3 años no dejaba de jugar con mi cabello,
parecía que no podía creerlo, seguro primera vez que veía cabellos lacios. Le
permití jugar con ellos todo el tiempo, entendía su curiosidad y su inquietud,
así como yo tenía la mía en las carreteras de las zonas rurales. Hasta pronto dije, y me fui a esperar la
mañana para mi siguiente vuelo a Johannesburgo.
En la mañana, envíe un saludo de despedida, a lo que recibí unos
de los mensajes más hermosos que he podido recibir: “Gracias por la visita, fue
un placer vernos luego de siete años, sé que desde hace tiempo querías venir y
lo hiciste, mis hijos estuvieron contentos, ahora te conocen como el hombre que
trajo dulces. Tú has visitado mi país y ahora comprendes la historia, el
genocidio y el proceso de reconciliación. Tú serás un buen embajador de la
historia de Rwanda en América Latina”.
Inevitablemente volví a soltar lágrimas de emoción, respondiendo
que para mí será todo un honor, y que deseo con mente y corazón lo mejor para
él y su amoroso país que me dio una gran lección de vida. Agradecido por
siempre Rwanda por curar una parte de mí.
Carretera a Kigali
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