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Nadie hablarĂ¡ de nosotras cuando hayamos muerto.

diciembre 21, 2018TwoPrincess

Autora: Carlos Jaramillo


Fuente: Facebook personal de Juan Carlos Guevara (RIP)

El almuerzo siempre es un placer con una pareja de amigos mĂ­os, B y W, y mĂ¡s cuando el sol de diciembre, trae con frecuencia inĂ©dita la mar de recuerdos (hasta de los ochenta, asumare) y esta ciudad perdida se nos hace mĂ¡s querida a pesar de todo.
El chimento y el dardo preciso aderezan la conversaciĂ³n mientras yo deseo un abanico a gritos y que le caiga un chorrĂ³n de gin a mi agua de Jamaica que estĂ¡ haciendo furor por acĂ¡, no sabes lo que es.
Este año que termina, la muerte se ha hecho mĂ¡s habitual que nunca antes en nuestras conversaciones, sea porque ya doblamos la esquina de Bejarano definitivamente con nuestro Ăºltimo cumpleaños, o porque ya empezamos a acumular un cementerio en la memoria.
¡Zaz! aparece La frĂ­a dando un zarpazo en medio del grupo de conversaciĂ³n de whatsapp de uno de mis queridos amigos y la noticia se esparce en las redes. El ambiente gay de mi ciudad se estremece y los amigos de la asesinada, amigos y conocidos mios tambiĂ©n, rotas de dolor son poco mĂ¡s que las mujeres de JerusalĂ©n.
Los detalles gore del asesinato salen de aquĂ­ y de allĂ¡: tirada en una pampa con el cuello abierto a cuchillo; flor tenebrosa a la espera de los fotĂ³grafos y los gallinazos, no necesariamente en ese orden, ni muy diferenciados.
RĂ¡pido desmentido y precisiones de parte policial: golpeado hasta morir, objeto de 55 cm en la garganta para apagar un grito en la noche tropical. Salta la liebre. Venezolanos. Comprendo la furia, la rabia la impotencia. No justifico la ignorante xenofobia. Hago el comentario. La sempiterna lengua viperina de mis Ă­ntimos, desliza mi posible manĂ­a erĂ³tica con los "venecos". Les respondo que no formo parte del distinguido grupo de maricas representantes del alto comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados de Venezuela en el PerĂº, capĂ­tulo Chiclayo.
Eso se lo dejo a nuestra queridĂ­sima Papolina Jolie bautizada por los llaneros como La Bengala.
El humor conjura la tragedia que sigue su curso de boca en boca y de pantalla en pantalla.
Me conmueve hasta la raĂ­z. Esta ciudad es un pañuelo sucio y roto al norte del PerĂº. Los maricones nos conocemos, aunque sea de vista u oĂ­das. Los quereres y las malquerencias fluyen espontĂ¡neas. A la vĂ­ctima la tratĂ© un par de veces por ahĂ­. Me entero que viviĂ³ un tiempo en la Argentina y ahora habĂ­a montado una barberĂ­a, el negocio de moda. Alguien me cuenta detalles anodinos, anĂ©cdotas, venenos, algĂºn amorcete por ahĂ­.
Su nombre era Juan Carlos y para sus amigos era Chio. RocĂ­o. La Chio. Con cariño. Con esa amistad que nos damos las locas, porque muchas veces no hay otro cariño. Ni en casa ni en las calles. La vida es dura y cagona. Pero para nosotres mĂ¡s. Bienaventuradas las que alcancen un poco de amor, en casa o en las calles, antes de partir.
Las especulaciones me aturden. Les habĂ­a dado trabajo a unos venezolanos. Se habĂ­a ido a beber con ellos. Los lugares comunes te hablan de todo menos de lo que fue: un crimen de odio. Si. Odio al marica. Odio al cabro. Odio al chivato. Odio, por la puta madre, yo lo he sentido y lo siento. Y tĂº tambiĂ©n. Y tĂº. Y ella.
Algo habrĂ¡ hecho. QuĂ© habrĂ¡ prometido. Seguro lo volteĂ³. Quien la manda a tomar, pues. Yo la conocĂ­ era del grupito ese detestable de las del voley, alucinadas y misias. Muchos aires, muchos aires. Ya era mayorcita. Era mi amiga, no era mala. Amigo querido estoy aĂºn en shock. Pero, si era terrible...


Yo, no puedo ni se me antoja colocarme la aureola de la buena espantada ante tanto cuchicheo. Pero la crueldad torpe e ignorante nunca me ha interesado. No sirve. A la Chio la mataron a golpes y arrojaron su cadĂ¡ver a una pampa de madrugada. Saquearon su negocio. Le robaron. Huyeron. Un crimen de odio mĂ¡s. La historia gay de Chiclayo sabe mucho de ello. Este asesinato serĂ¡ el "del tiempo de los venezolanos". Y quedarĂ¡ impune como crimen de odio. El hate crime de la legislaciĂ³n internacional, que aquĂ­ los fachos, homĂ³fobos enteros, nos la arrancaron de los cĂ³digos y de las leyes de este paĂ­s de impunidades. Esa es la verdad amarga.
Los ecos del crimen resuenan y quisiera poder perderme bajo el eterno sol de Chiclayo, que detesto. Agrian hasta los chupetes de fresa ("ahora les dicen paletas, a lo mex, whitemex" comenta Blas, con su vozarrĂ³n y su estilacho fifĂ­) con los que culminamos el almuerzo. Mis amigos guardan silencio. Mi playlist recae aleatorio en la mĂºsica del buen Astor.
El verano ya llegĂ³ y llueve. Mucho. Y lloverĂ¡ mĂ¡s. Las mariconas, creo, como en un tango de Piazzolla nos iremos todas juntas, como si fuĂ©semos una pequeña y extinguida raza con ojeras...y despuĂ©s de un par de intensos dĂ­as de murmullo, ya idas, nadie hablarĂ¡ de nosotras cuando hayamos muerto.

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