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La historia oculta del VIH. La extinción física y cultural de las cabras.

abril 24, 2020TwoPrincess



-Romina de Tokio y Andrea del Chimpun Callao-

Hombres heteros hablando de tratamiento y adherencia al VIH (mayormente doctores epidemiólogos), mujeres heteros hablando sobre cambio de comportamiento para la prevención de VIH (mayormente obstetrices en los CERITS y UAMPS para atención a hombres gay, mujeres travestis y al espectro de HSH), sujetes diverses (para seguir la mode) que se atreven a hablar del riesgo de contraer VIH y de la experiencia de vivir ya con VIH; cuando, para empezar, no cachan por el culo, segundo, no experimentan de lejos ninguna situación estructural/cotidiana de riesgo, y tercero, creen que la vivencia, el “estar” con VIH es otro enunciado performativo del cual ‘aprehenderse’ (mayormente académicos, que ahora se les hace rentable, anecdótico o hasta exótico hablar de VIH). Todos estos sujetos en sus discursos podrán decir: “pero todas estamos expuestas al VIH”. Les diré que sí, pero -y esto ya comprobado a partir de conclusiones analíticas- hay poblaciones que estructural y socialmente estamos mucho más expuestas y donde los miedos/culpas/estigma han tenido y tienen impacto directo en nuestra autoestima y sexualidad. No es lo mismo la experiencia cotidiana y social de un hombre heterosexual que de un hombre maricón. Y para añadir una cuota histórica: ¿a quién se les ha atribuido la epidemia? ¿Quiénes asumieron la responsabilidad frente a ella en un inicio? ¿Cómo estuvo marcada esa experiencia de desatención, indiferencia y desesperanza? Es decir, podemos inicialmente inferir que hay una diferencia abismal entre las personas que se “auto-nombran” cabras/mariconas y conocen/intuyen/imaginan el VIH a partir de libros o vivencias de otras terceras, y las cabras que conocen/sienten el VIH en su propia existencia, cuerpo, sentir y del cual no se puede desprender.

A las mariconas, a los cabros, a los rosquetes, se nos ha querido arrebatar casi todo. A finales de los 80’s y comienzos de los 90’s se nos arrebató vidas de muchas compañeras, amigos, novios, amantes, puntos, víctimas de la indiferencia del estado por asegurar el acceso gratuito a medicamentos para el VIH. Muchas hemos tenido la experiencia de haber enterrado a un familiar o a una amiga/colega marica, y dicha experiencia marcó un casi ‘interaccionismo del velorio’. En unos casos no era un secreto el motivo real del deceso y sin problema se decía, “se murió del bú, le dio la tinka, estaba bichada, era picada, se fue de las arañas”; mientras que en otros casos era un murmullo discreto, o se ocultaba el verdadero motivo, “murió de cáncer, y no jodan más con preguntas”. Ese cotidiano del velorio generaba además una camadería entre las cabras, muchas aprendieron del bicho y parte de la mariconitud en los velorios, es decir, podríamos decir que dicho espacio fue y es aún parte de la pedagogía marica popular, al igual que los salones de belleza y las canchas de voley. Esa camadería, además era como un juego de la ruleta rusa, donde se estaba a la espera quien seguía del grupo, pues “ninguna maricona se iba sola”. Había -y creo que aún persiste- cierta sensación fatalista instaurada (entendible después de tanta decidia estatal y repugnancia social), pues recuerdo un taller en Pucallpa donde una colega sentenciaba, “total, tarde o temprano, llegaremos a morir de lo mismo”.   
En esa misma época también se nos empezaba a arrebatar el nombre, dizque que para evitar un estigma social aprendido, y seguro implantada por la moda huachafa de alguna(s) maricona(s) que venía(n) con la moda gringa. Ya no éramos cabros, ya no más maricones, ahora éramos liberados, emancipados, civilizados, ¡Éramos gay! Y todas aplaudíamos, primero las de la alta, luego las clase medieras, pues ahí quedo el proceso, ya que la campaña de alfabetización nunca llegó a las pobres y más marginadas, nadie se interesaba en ellas. Así que por el momento ellas seguían siendo las mariconas feas, cholas, indias, negras, pobres, travestis, marginadas, excluidas y ninguneadas, aunque sí las más buscadas y afectadas por la epidemia, la violencia y la discriminación.  

A finales de los 90’s y comienzos del 2000, a la actualidad, se siguió con los arrebatos, ya lo gay no era suficiente y para estar más acorde con los principios de reconocimiento de la diferencia (¡Habíamos evolucionado y aprendido la teoría csm!) Éramos también queer, no binarios, entre otras categorías post modernas más enunciativas y que han ocasionado un blanqueamiento clasista de lo marica, en donde declarar(se) como maricón o marica se fue convirtiendo en una ofensa, en una intimidación hacia el otro, en lo políticamente incorrecto, en lo no validado para negociar frente a lo político, es decir en invisible o inexistente, casi anacrónico. ¡Qué estás pensando hija! ¿Llamarte ‘Marica’? ¿Cómo crees que vas a poder negociar y sentarte con las demás organizaciones?
Como paréntesis, quisiera recordar que a comienzos del nuevo milenio algunas activistas empezábamos a revalorar el nombre de ‘marica’, ‘maricona’, ‘cabra’, no impulsadas por la academia ni por la ansiedad performativa; era una acción netamente política y reivindicativa, nacida desde el movimiento, era dinamitar enunciándolo en espacios de negociación con el Ministerio de Salud, era colocarlo en los discursos hacia los tomadores de decisión y las organizaciones comunitarias, las cuales a algunas y sus miembros les parecía chocante, deschavador, inoportuno -y que aún se mantiene-, mientras que a otras les parecía conveniente. Luego, comienza en el segundo periodo de la primera década del 2000, un periodo que podríamos intentar definir como el de ‘los enunciados performativos y el posicionamiento estratégico a partir del privilegio’. Si bien empiezan a aparecer una diversidad de nuevos activistas, me atrevería a decir que había una mayor ansiedad por el mandato académico, por las citas de textos, por corresponder con las categorías propuestas por los teóricos queer. Además, en un nuevo contexto de apropiación cultural y popular, es que empiezan a aparecer una segunda enunciación de lo ‘cabra’, ‘maricona’, pero no desde el sentipensar político, sino desde una performatividad, de una apropiación privilegiada de decirse ‘cabra’ pero que es calculada para lograr posicionarse en el espectro político LTGBI, como quien se aprehenden de identidades en un super mercado de performatividades. Tenemos ahora las que se nombran ‘cabras’, las que intentan llenar un sujeto histórico marginado desde lo high y bonito de sus cuerpos leídos, instruidos, de universidad y bilingües, todas hablando el mismo lenguaje butleriano. Maricones... Los de mis tiempos, dirían algunas.

Además, en el primer quinquenio del 2000 aparece el acceso a tratamiento al VIH de forma gratuita por el estado, también empiezan a emerger las negadas del primer periodo, pero como ‘beneficiarias’ de diferentes agendas que invertían millones en el tema del desarrollo, que incluía claro la salud y principalmente la contención de la extensión de la epidemia del VIH. Ahora, todas esas marginales, empezaron a existir como objetos de investigación o de intervención social.
Aquí se empezó una campaña de alfabetización sexual e identitaria fuerte, primeros las travestis que se habían construido de esa forma, empezaron a ser instruidas en que eran trans, como casi checklist de aplicación visual para comprobar quien y quien no era una trans, borrando terriblemente todas las posibles otras identidades que se habían forjado localmente. Fue casi un genocidio de la experiencia travesti popular, pues se les arrebató la práctica personal y comunitaria, estableciéndose una línea de construcción sexual e identitaria casi homogénea a todas ellas.  En esa respuesta de salud pública, nuevamente a las mariconas marginalizadas y realmente precarizadas se les arrebató el nombre por la denominación epidemiológica de ‘HSH’. Incluso el nombre, ni dejarse llamar cabro se les estaba permitido, teniendo en cuenta que el estado y sus intervenciones de salud pública, incluían groseramente también a las travestis en dicho término.

Se nos ha arrebatado casi todo. Muchos de estos nuevos nombres llegaron de manera vertical ¿Quiénes me nombran? ¿Quiénes deciden cómo llamarme? ¿Para el entendimiento de quienes se me nombra? ¿Quiénes definen mi identidad y, por lo tanto, existencia? Vemos que desde una pedagogía gay colonial/tutelar pasamos de ser maricones, travestis y mostaceros a LGTB, HSH, o más recientemente a problaciones claves. Ya ni siquiera en ese sentido se evidencia quienes somos las más expuestas al búcuti, a las arañas, a la visa, al tren, al VIH (para que entiendas tú, eso no aparece en los textos académicos). Lo que no se nombra no existe, dicen. ¿No existo para quienes?

Así como las mujeres definen quienes no deben hablar por ellas y sus vivencias, las poblaciones afro e indígenas por igual, creo que las poblaciones de cabros y maricones también debemos definir quienes, desde su nombramiento, también nos están arrebatando voces y vivencias realmente marginales y de riesgo constante. ¿Te llamaron cabro desde niño o te nombraste así cuando te hiciste activista?  Más aún cuando hablamos de VIH, de una vivencia que por más libros que se lean no se acercarán a la experiencia vivida que tus padres te digan sentenciando: si eres maricón morirás de sida.

No seguiré con la historia del VIH, porque mientras unas se nombran con la identidad que mejor queda actualmente (posicionamiento estratégico), como si fuera un pañuelo/outfit que te pones y te sacas, o conocen libros de “expertos” en estos temas, las verdaderas expertas son las mariconas que performan mensualmente bajo un código blanco, y éstas no se lo pueden poner y quitar como más les convenga.  Así, dentro del nuevo universo de los discurso y militancias, algunas seguirán construyendo ciudadanas para leer, y otras, de segunda, para la guerra contra este sistema de salud. Estas últimas, las maricas que ponen el cuerpo: promotoras de pares, las que se pelean por sus pepas todos los días, las que sienten como las arañas les recorren las venas, a las que le dan la visa con una mirada de asco, las que reviven nuevamente el fatalismo parental.

Ahora nos siguen arrebatando, ya no solo el médico, el desarrollista, el psicólogo clínico, sino también la ‘academia’, los ‘intelectuales’, se nos quiere arrebatar el riesgo para que no podamos decir ni hablar de él, se nos quiere arrebatar nuestra experiencia de maricones, para estudiarla e intentar sentirla. No voy a definir ni problematizar aquí quién puede nombrarse qué y quién no (no es una discusión en búsqueda de esencialismos), pero sí voy a arrebatar -cuantas veces sea necesaria- lo que me toca, el riesgo de ser cabro, pues lo siento en mi cuerpo en cada arrechura, con cada penetrada por mi culo con caca, en cada cache a pelo que se me escapa en el sauna, el baño de la discoteca, en la calle agazapado, en el cuarto oscuro, el cine porno. Y les voy a interpelar desde mi riesgo: Oye conchuda, ¿tú cómo sientes el riesgo al VIH? ¿Por dónde te entra? ¿O también me quieres arrebatar el culo de cabra?

Hablar de VIH no es una etnografía, eso se lo dejamos a las ONGS y agencias que ya nos enseñaron el lenguaje para maquillar y convertir a nuestras amigas en cifras sin experiencias. Yo quiero hablar de vivencias, de mi propia vivencia, de nuestras vivencias, de velorio, de canchitas de voley, de salones, de discotecas.

Te mando un besito de cabro tinkeado, sin lágrimas en los ojos, porque las arañas ya son mis amigas y me han hecho fuerte. Nos reímos juntas, cosa que no lograrás con las nuevas categorías con las que te nombres, ni con los libros que leas. ¡Eso no podrás arrebatármelo!


Fuente de imagen: https://www.chilango.com/noticias/reportajes/personas-trans-en-la-cdmx/

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